viernes, 25 de julio de 2008

"No quiero ser feliz con permiso de la policía"

Caminaba a mi casa y perpendicularmente, saliendo de un parque y cruzando la vereda, apareció este hombre bajo y grueso con un trapo rojo en la mano. Junto a él, un labrador y uno de esos perros más pequeños cuyo nombre nunca sé. Llegaron a la pista y el hombre extendió la mano izquierda, abriendo la palma y girando la muñeca sobre el eje del brazo: la señal de alto. Ambos perros se detuvieron y no volvieron a moverse un centímetro hasta que pasó el auto y el hombre terminó la señal. Luego continuaron en perfecta coordinción, detrás de él con una serenidad increible.

Odio a los perros entrenados.

Lo ideal seríaa un perro imbécil (un perro de mierda). Uno que se cague esporádicamente, desordenado e ingenioso. Uno que sea lo suficientemente cándido para que siempra exista el riesgo de que muera atropellado. Uno que nunca pierda el rencor y que persista en el resentimiento de saber que su vida nos es un juego, presto a traicionar.

Prefiero a los perros que parecen hombres.

The readers of the Boston Evening Transcript sway in the wind like a field of ripe corn

miércoles, 23 de julio de 2008

Desplazamiento

¿A quién le parecerá tan interesante, como a mi en este instante (a cualquiera, sea otro como yo mismo en otro instante), el hecho de que lo carros, de que mi carro y el suyo, se muevan por toda esta ciudad pero nunca se levanten un sólo centimetro del suelo?

domingo, 20 de julio de 2008

Esencia

Aprovecho el silencio esa tarde, o casi noche, después noche. Aprovecho el problema de conexión entre la computadora y los parlantes.

Salgo de mi cuarto y "oteo" el pasadizo oscuro, como si tuviera 100 metros o 150 metros de largo y no 5. Pero es necesario: existen las babozas que lo cruzan y si las pisas es como pisar un borrador que bajo tu peso, sorprendido, desprecia su cáscara y vierte todo su interior cremoso en la loseta. Francamente, he tenido un día dubitativo.

Entonces se oye desde mi cuarto un instante la canción, pero inmediatamente se apaga.

Continúo hasta el cuarto al final del pasadizo. Está la cama, está el sillón, está el espejo, las lámparas, los libros... Hoy pensé otra vez que asumo roles y eso no fue nuevo. Luego pensé que -concientes o no de ello- todos asumimos roles y que pueden ser similares o paralelos. Se me ocurrió que existe un repertorio bastante común y creo que quise un momento desligarme de él, pero ya no me parece tan posible como entonces.

Pensándolo, me miraba frente al espejo y en cierto rango desconocido, la impresión que tenía de mi mismo no dejaba de oscilar. Entonces se volvió a oir la música, 20 segundos y calló.

http://www.youtube.com/watch?v=HbQtI0vM9S4

miércoles, 16 de julio de 2008

El fernet y la pianista (o historia subjetiva del lado de mi madre)

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“Hablaba cuatro idiomas sin problemas, pero su perro la obedecía solamente en húngaro y desde los altos.”

Hoy no es solamente pensar en su piano que no oí sino en una vida retirada de mis anteriores, compuesta de partes que quiero y de otras que no. Y mientras sorbo la fosca sangre que es mía también, y amarga, pensar que desciendo tanto de barcos como del intestino de este vegetal enorme con facultades raras y generosas, y que fueran los 40: al sur un pueblo sencillo, unos tiempos casi rurales de campo que penetró en la plaza con su polvo y sus animales, como una ciudad que penetra en el campo con su polvo y sus curas múltiplemente tíos, sus tíos extensamente curas:

“El día que el santo padre autorice el matrimonio yo seré el primer ciervo que cumpla su mandato.”

Las casas podían ser chacras y te cortabas el dedo, para eso estaba el alambique con sus alcoholes perennes. Las reglas eran otras también como por ejemplo 1. Amar a la monogamia por sobre todas las cosas y 2. No confundir la moral con la gula como hacen los santurrones. Después la economía llegó del norte con su olor de harina con pescado –otro sorbo de sangre: otra mueca– y las luchas a cuchillo porque los borrachos son como bebés.

Finalmente, sin pocas omisiones, Lima, unos 30 años, la universidad Católica y habría de plantarse un jardín, un arbusto, algunas flores entre las que me paro tambaleante para considerar al detalle todas las mañanas grises o fucsias y todos los días cortos e injustos desde que esta escaramuza se inició: hoy entre la niebla el mismo cíclope aún puja estreñido sus rayos. Entonces me siento pleno y puedo aseverar con respaldo de ninguna sociedad de astronomía que faltan 10 000 generaciones para que se convierta en un gigante emborrachado se decida y finalmente nos engulla confundido (como las palomas que se dan en las lunas o las hormigas que paran ante la tiza). Además, por un hervor súbito de glóbulos, logro enseguida deducir que nuestra sangre es vino, y que por esta señal de un alma positivamente belicosa, le terminaremos clavando un cincel cósmico en el ojo o bien en una de sus manchas oscuras.

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Algunas horas más tarde –al acordarme del tema–, y sentado a la sombra de nuestras nubes engomadas, pienso sin zapatos que todavía no imagino las notas de ese piano y menos sus canciones.

A estas alturas del mundo

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A estas alturas del mundo ya han acabado todos de almorzar, porque es de noche –no como en Noruega o la era medieval– y sin duda hay cosas menos por hacer. Tener hijos dejó de ser innovador y ni poniendo esa cara dulce de retruécano pasas tú de creador original.

Acá solo puedes caminar entre esquinas tomadas de noches o ritmos, y jirones retóricos: parlantes proféticos donde habita más un nombre o sus hilos –han sido tantas las veces– que algún personaje huraño que te asombre. Una tierra sin rues ni shires sin arcos o zaguanes (ignoro el meollo de esas orgías). Pero con recuerdos de tapadas y una cárcel en las olas. Lima está, el 16 de julio del 2008, tan o más llena de figuras potenciales que el estío.

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A estas alturas del mundo no existe la biblioteca que pueda ser fácilmente leída, ni aún la biblioteca de Babel. La noche es tan rápida que nadie logra levantarse a tiempo en la mañana y después cuando lo logras hay genocidios mientras prendes la ducha.

Oh, a estas alturas del mundo charlé del meta-cine. Los heladeros me timan cada vez que pueden. La leche se vence un día incuestionable. Me resbalo en charcos de agua que ni empezaron de la lluvia. Me río y acaso me resbalo nuevamente.

El hablar se ha vuelto una maña de artesanos– lentamente pueden resbalarse alusiones hacia cualquier conversación. Se busca el silencio un llano o el desierto, un buen trozo de planeta desolado, luego se aviva el pedal, revuélvese el torno: “Pídele a él consejos de mujeres, que no está tan muerto como piensas y en mi opinión sus canciones son vigentes. Además me confirman: su ciudad es hermosa, con universidades, parques y la posibilidad tangible de hundirse si el calentamiento global es de verdad.”

Mas suelo confundirme: algunos hombres se me difuminan en el cráneo, son raudos átomos de una lenta materia. Son chispas endebles de óleo en aguarrás y se derraman en medio de una lluvia de lo más psicodinámica. Y entonces si rondo mis asambleas preferidas de termitas o de hormigas todo se vuelve un genocidio inmemorial.

Y vuelvo a confundirme: los viernes veo a cualquier hombre en otro libro: “O, Reader! My Reader!”. De repente empiezo a creer que soy idiota. No glorifiques el pesimismo me han dicho, por más digno que parezca: hazte cantante social o al menos deja de ser tan egoísta.

Y “Tu loco amor por los signos carece de mundo tangible”. Pero es mi testimonio: estas calles están todas vestidas de carteles y no es sólo culpa de los candidatos al congreso. Últimamente mis gustos estéticos se descarrilan por ídolos más ajenos que una vaca. Cuando no me he bañado elijo la playa enorme y salobre, el hueco húmedo que hiede a conchas crudas y marucha, o el lobo chusco y negro agonizante. El sur desértico: la arista vaga de mar con arenal que está muy lejos. Un pueblo inmenso y profundo donde te roban si acampas en la playa y por aquí desembarcó San Martín hace cien años y luego venden tortillas de lapas en la orilla.

Si me escarbo las uñas prefiero la esquina, la vereda esculpida, “Victor y Melissa” (nos queríamos mucho), un cajón rojo de cervezas, las viejas hojas amarillas en la pista, aquel no-poder, sencillamente no-poder, el parque antiguo y rajado con olivos, la bodega el viento y las sandalias, el humo el qué verano y la inca cola.

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A estas alturas del mundo no hay pelos que me traben, soy libre una Gillette con secundaria, pero hay mucho menos por hacer. Mi casa está completamente construida. Mi educación muy bien encaminada. Vivo en un barrio con nombre agua y pronto gas por Camisea. Pero me he cansado un poco de los gatos el tiempo las sogas la política y quehaceres.

Los viernes (no one knows) subo a mi terraza, un templo empolvado pero envuelto por tejados. Da como un embudo al mar esta ciudad. Habrán sido ingenieros nuestros anteriores, pero por alguien no se nos ha ido todo al agua (un prócer de bronce flotando en la Herradura, palomas cagándole con maniobras kamikaze, una mancha de tamarindo mezclada suavemente con la espuma y muchas gaviotas felices, todas las papeletas de tránsito hechas origami, variaciones apropiadas: grulla, pez, gaviota, los cerros alfombrados con casas son islas italianas, y entonces qué cara la de Humboldt.)

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A estas alturas de la tierra comencé a caminar ilusionado, lo confieso. Y dije muchas mentiras. Y no tuve éxito– que es lo más triste. Terminé muy al sur un día medio ebrio empapado en dialectos medio métricos. La pinta decía: “Morirse de miedo es sólo una excusa para hacerse el marica”, y con todo y cliché, me sentí culpable.

Por eso más que nada ando y repito mis persecuciones, espero hacerme bombero de agua salada, repaso antologías y me afano ante libreros antiguos o espacios que ensayan ser esculturas o niñas que se logran redondas como las olas.

Acaso termino diciendo todo lo que debería callar.

lunes, 14 de julio de 2008

Ni hablar

Quizás la mayor ironía de todas sea que los dos huachimanes que se turnan el cuidado de esta calle -los dos guardianes de este, nuestro bastión sobre el oceano- se llamen Ángel y Jesús.

sábado, 12 de julio de 2008

Un tuberculoso canta de amores



Martin Lee Gore tiene un poder extraño sobre mí. En 3:20 sucede la cosa más grosera de todas (de todas las cosas).


Hay épocas en que me jodo y todo se vuelve particularmente circular. Entonces analizo otra vez mis errores y puedo pensar en cosas nuevas, o salir a andar, y en la noche usualmente me emborracho.

Estoy pensando en un método mental para vivir, en otra organización de mi cabeza, en otra forma de decidir. Estoy elaborando.


viernes, 11 de julio de 2008

El chino expuesto

Noche de jueves, ayer, que andaba yo mal abrigado. La avenida Nicolás de Piérola tuvo que ser más bonita, con su colegio San Luis. Nada como una madrugada puede descubrir la belleza en la mugre. Yo pienso en aquello, luego en aquel otro... entro por una puerta:

- Señora, ¿de que hay?

Luego veo como lo preparan. La habitación es sucia y el grupo de clientes completamente asqueroso. Me sirven y me siento en la barra, de espaldas a ellos. Al treparme al banco, siento como el pantalón se me baja, y el aire fresco. Pienso en aquello, luego en aquel otro... noto que francamente no me importa y continúo comiendo.

martes, 8 de julio de 2008

(Canción de la sopa)

Es el lúcido canto de la escafandra y tus piernas donde dulce el sabor ignoro a pesar de tu fragancia brumosa: mover cadenciosamente estas caderas como un alicate, al mismo ritmo andarán mis ojos y mi alma. Tan sólo alcanzar el fin de la carrera cuando todo haya acontecido.