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domingo, 29 de marzo de 2009

El aterrizaje










He dicho siempre que podría morir pronto. Al observar mi vida como una historia, sería bello y patético un final tajante, catastrófico y rápido que llegue de la manera más inapropiada, mientras los sueños de mi mamá todavía sean grandes y las esperanzas de mi familia sigan vigentes. Destruir así mis sueños y los suyos, incluso los tuyos, con la perfección árida y azul de la soledad.

Apoteósico, siempre sentiré la tentación de derrumbarme de este vuelo. Ya lo supe demasiado tiempo. Tendría sólo 5 años cuando jugaba con canicas y, tras las advertencias de W, comenzaba a sentir la seducción maldita, el aliento húmedo y tibio, el perfume del deseo. Metía entonces la más gorda de todas a mi boca, le daba un giro y luego la escupía, estremecido por la dulzura del terror, la posibilidad de acabar sofocado tras cualquier error en aquella danza.







Quizás algún día identifique al más inocente hombre que transita la ciudad, cualquiera por la calle, y caiga sobre él desde los cielos de mi historia como una bomba infinita. Entonces habría un imbécil menos en la tierra. Yo no sabría decir cuál de los dos.







martes, 17 de marzo de 2009

Compro placer
















Confieso que no me siento culpable. Este tiempo -el nuestro- no es más que otra tradición. En él me desempeño, pobre, parcial y goloso. Y jamás conocí otro lugar y quise mucho hacerlo e incluso me dijeron tú naciste en otro lugar, pero yo había nacido en este. Salgo a correr, disfruto de una copa de vino, si tengo suerte beso a alguna mujer. Luego por la noche me rodean ausencias.

Digo que no me siento culpable. Imposto con elocuencia esta vida, entre pájaros con la visión perfecta y mi sangre carmín y mis labios carmín, ambos tentándolos, y otros labios burgundy -mis preferidos- y sus dueñas: mujeres pequeñas detenidas frente a mujeres más altas, ambas con el torso del mismo tamaño (las segundas con las piernas larguísimas). Compro amor: compro sonrisas. Luego por la noche me rodean ausencias.

No me siento culpable. Son fantasmas. ¡Son bárbaros desnudos! Son apariciones o tecnologías gringas: son la última moda en zapatillas. Y mientras me han mirado, esperando la duda, la fatal duda nocturna, yo he ignorado su vigilia. Ignorándolas, he construido una comedia con los ángulos de mi cara, las sombras de sus ojos y las persianas entreabiertas. He ensayado un concierto con cierta estructura y noche.

Acaso es vano el intento: siempre persiste la culpa, la culpa que cierne la dicha como la arena caliente que recorre una mano gangrenada, y con aquella misma dulzura. Entonces siempre con ella las mismas ausencias.