
A las 5 y 5 am el mundo tiene muchísimas menos historias, es una mujer que acabas de conocer: fresca y frágil y amable como el jugo de fruta recién hecho. No tiene bigotes y es pequeña y es hermosa, la historia es lejana y los nuevos próceres no la alcanzan todavía: este mundo sabes que no durará. Sigues corriendo mientras piensas en los hombros angostos de esa mujer que es el mundo y que quieres abrazar porque abrazar al mundo a través de los hombros de una mujer es una figura hermosa. Mas pronto amanece y ella parte para siempre, defenestrada, y el mundo ya es otro, otro cada noche corrupto al alba del día.
Cuando corro no pienso en nada y ese no pensar en nada es la mejor parte de mi día. Algo de 5 km y un vacío frío mientras subo por Pezet, calle a la que no le tengo mayor aprecio pero que con algún método misterioso ha logrado convertirse en el único lugar donde dije te amo. Dos veces. No pienso en todo lo que me pesa. Ya amaneció cuando entiendo que no hay nada más reparador que el ocio. Podría atropellarme un auto. Ando por la pista seguro y si me atropellara un auto, si un auto se desviara y tomara el camino que lo condujera hasta mí, acaso no me movería. Sería un final alegre: con la presencia de esa mujer -el mundo- que ya se esfumó.
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