Por poco y nos matamos. En ese instante fatal subíamos por la Javier Prado hacia La Molina y yo estaba hablando y los dos mirábamos el asfalto pasar como si fuera el mar bajo una lancha (un mar negro lleno de algas negras) y desde todo el cielo no lloviznaba. Y quizás debió estar lloviznando, habría sido todo más sencillo.
Bajo de mí Satanás estaba esbelto, ágil y presto, y yo no estaba borracho. Borracho de qué había pensado al encender el carro. El asunto fue que dábamos la curva más cerrada y Satanás, lerdo y rojo, se pegó demasiado contra la berma del centro, la raspó, saltó y por poco no trepa en ella. Íbamos a 100 Km. por hora.

Qué pasó me dijo ella. Y yo: nada, no pasó nada. Esto ya me pasó dos..., tres veces antes.
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