
De alguna manera telepática quisiera devorarla entera. Su cabeza, sus tobillos y sus hombros, como si fueran galletas de coco y avena. Quisiera encontrarla en la calle como solamente la encuentro, esporádicamente, un jueves por ejemplo, cruzando la calle en chanclas y con una falda raída, yendo hacia el grifo. De algún modo convencerla para tenerla muy cerca: donde pueda oler sus axilas suaves y sus ingles que indudablemente huelen a humo, donde pueda besar con besos pequeños y dulces los lados de su boca triste que es una luna curva y voluptuosa vuelta hacia abajo y donde pueda colocar completamente sus pezones dentro de mi boca, esos pezones que, protuberando de una teta triangular y vaga, me parecen globos de fiesta desinflados y que ya sé cómo querer.
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