Empecé a vomitar a medio camino de la casa. Fue sólo la primera arcada que lancé tras un arbusto, discretamente, y que manchó mis dientes y formó una lámina compacta en mis encías. El resto pude contenerlo y poco después depositarlo en el water del baño, cuando pude llegar corriendo a la casa. Había empezado a correr, dejando el vaso de inca kola a medias sobre la mesa y sin pagar, cuando sentí la primera sugerencia de una nausea profunda.

Quise y he buscado mucho convertirme en un ser gigantesco, distópico, incólume. Un implacable totalizador de realidades adversas y contradichas, adicto al sexo más torcido y capaz de los besos más tiernos, juntos los dos como en una danza condenada y fabulosa que hipnotice a todos mis contrincantes.
Pensé en mis contrincantes como en un ejército de tierra y servilletas y en mis víctimas del mismo modo y deduje que no tendría salvo problemas y desencuentros. Imaginé luego mi vida como una escaramuza inacabable y mi muerte como la conquista final, árida y sofocante.
Preparé mi mente para esto y hoy día, mientras miraba a los niños jugar en la piscina y al hermano de una amiga sonriendo bajo el sol y mientas me tomaba una inca kola de dieta en un vaso repleto de hielos y recordaba los meses pasados, dudé y por unos minutos pensé que de repente no aquello y esto era todo lo que quería.
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