
Puedo estar oyendo una canción, incluso llorando, meando, siendo completamente mundano, subjetivo, amante, inquieto, cuando irrumpe la precisión en mí y no con poca extrañeza le da un sentido paramétrico a todo. De súbito –con un garbo nada determinista y más bien estocástico– cobran los árboles y las mujeres una coherencia evolutiva y los pájaros una aguda perversidad que se infiere de sus picos ensangrentados y los ciegos pierden su ternura y los pobres mi amor y entonces me permito correr por la calle en recorridos zigzagueantes o bailar (de pronto como desnudado) con saltos y giros que no pude prever.
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