Cuando es de mañana en la esquina y (pongámosle un nombre) Facundo transita gordo y saciado como un camión a lo ancho del camino que arriba a su despacho, no le queda más al mundo que amarlo. Tiene luz de torre, señal de vigía.
En medio de olor oblicuo y tajante del pan, Facundo es maravilloso, y ni el burdo furor de su juerga acabada lo ensucia.
Hay otros hombres que también como él discurren (pero no los conocemos) y han formado todos lagos de cardúmenes miscibles. Nadie los ve: se han apagado. Como tristes focos quemados deambulan o se pelean. Si acaso una injuria, se matan.
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