martes, 31 de marzo de 2009

Agentes de tránsito




Quizás mi único atractivo sea una honda vulnerabilidad. Una vulnerabilidad evidente y cómica, crónica, profesada, ejercida con un estilo contrito o despabilado, gritada en un canto magro cada día y todavía con más efervescencia cada noche.

Entenderé vulnerabilidad como la existencia de una vía abierta en mi despistado exoesqueleto -criatura articulada, como pelícana: el lugar común, la realidad donde reverberan las palabras contra mis articulaciones y tú existes- a través de mi entraña, mi estómago, mi corazón. Entenderé que es una vía gigantesca, un tanto Appia, carretera de hechos, ruidos y besos, y aceptaré que ahuyenta a no pocos potenciales transeúntes con su sinuosidad insolente. Otros se internan en ella; entran por esta grieta pequeña, negra, húmeda gruta, bella y enferma locación de todas mis obsesiones (que no son pocas). Por lo demás, yo los invito a pasar (te invito a pasar) con alegría. Dentro, sonrío y existo.

En el fin de semana conversé algunas horas con G. G es genial y me encanta conversar con ella, sonríe muy bien y puedo ser sincero con ella y me divierto. Existen una cuantas personas, pocas, con las que llevo esta relación. Paso días en una como vorágine propia, quiero gritar, y existen pocas personas con las que finalmente puedo ser yo. (Lo único otro con lo que puedo ser yo es con el alcohol.) Ellas me conocen, de pronto realmente. Paso días en esta vorágine propia, hermana de la más sobria soledad, y todo vuelca en un desahogo muy similar al vómito que reconozco egoísta pero que me hace sentir acompañado, cálido. G entra, me siento confortado y luego se va. Llega muy dentro, pero atraviesa totalmente esta carretera, surgiendo del otro lado, acaso ilesa. Pasan semanas, no nos vemos, y yo quizás veo a alguna otra de sus iguales. Luego nos volvemos a encontrar y es lo mismo. Algo portentoso representa este ritual; yo, únicamente por convención y contra mi voluntad, suelo también llamarlo amistad.

Esta tarde siento una leve nausea. Tengo fiebre. He tomado demasiada cafeína y me desvanezco. En mi pecho pulsa un ser, con desenfreno, completamente débil. No puedo seguir sentado y me abruma una sensación de vacío y he pensado toda la mañana. Pensar, como no dijeron pero seguro entendieron aquellos griegos, es sobre todo un acto temerario, osado al límite elegante de la imprudencia. Yo he copiado y tornado en mí aquella figura vieja de la caverna. Además he imaginado mi corazón tendido en esta carretera -una carretera que va por el medio de la caverna- y he comprendido que cada ser que la atraviesa no es más que otro transeúnte. He aceptado que mis amantes no son otra cosa que estos mismos transeúntes: he concluido que la única forma comparable a mi amor es aquella del hombre que se tropieza cuando cruza la Panamericana Sur un domingo, borracho y confundido, a la altura de Lurín.

¿Buscas tú la sonrisa infinita? Pues deberás convertirte en un peaje de esta carretera: aquel mortal peaje donde llegó Sonny Corleone. ¿Y dónde subsiste cierta nobleza cuando el contento implica estas astutas maquinaciones criminales? Has visto con tristeza a cada visitante. Nada más ineludible, más inevitable que el momento más profundo de su viaje. Luego, lentamente, inevitablemente comienzan a emerger. Tu momento más extraño: se han ido.















domingo, 29 de marzo de 2009

El aterrizaje










He dicho siempre que podría morir pronto. Al observar mi vida como una historia, sería bello y patético un final tajante, catastrófico y rápido que llegue de la manera más inapropiada, mientras los sueños de mi mamá todavía sean grandes y las esperanzas de mi familia sigan vigentes. Destruir así mis sueños y los suyos, incluso los tuyos, con la perfección árida y azul de la soledad.

Apoteósico, siempre sentiré la tentación de derrumbarme de este vuelo. Ya lo supe demasiado tiempo. Tendría sólo 5 años cuando jugaba con canicas y, tras las advertencias de W, comenzaba a sentir la seducción maldita, el aliento húmedo y tibio, el perfume del deseo. Metía entonces la más gorda de todas a mi boca, le daba un giro y luego la escupía, estremecido por la dulzura del terror, la posibilidad de acabar sofocado tras cualquier error en aquella danza.







Quizás algún día identifique al más inocente hombre que transita la ciudad, cualquiera por la calle, y caiga sobre él desde los cielos de mi historia como una bomba infinita. Entonces habría un imbécil menos en la tierra. Yo no sabría decir cuál de los dos.







viernes, 27 de marzo de 2009

Despegar en Iggy Pop












Morir asido a una dura garganta en la silenciosa espuma del follaje.
Comenzar, escapar. Utilizar su aliento como un látigo y un par de jeans pequeñísimos para encender la ingle. Un polo cuello v, un blazer entallado: dirigirnos muy retro hasta la cámara mortuoria, abrazarlo, encontrar al amado Iggy fallecido, luego principiar el viaje alucinado de los pámpanos y el sueño.

Morir en un cuerpo embellecido por la más remota nieve.
Entender la vida como un descanso y no esperar nada de la alegría salvo ella misma (la sensación misma). Pensar en la muerte como la consecuencia inevitable del éxito. Doblar el cuerpo, ser una grulla, ser la grulla, ser un artrópodo en llamas que esta noche buscara todo lo que quiere y obtendrá todo lo que necesita.

Sólo entonces sabernos dueños de la técnica.













jueves, 26 de marzo de 2009

Estómagos y corazones

Sí me gusta utilizar símbolos. Sí me entusiasman escasas ceremonias.

También me gusta oler un pecho suave de mujer. Me gustan las tetas pequeñas, apenas elevándose, y los pezones que parecen globos de carnavales sin inflar. Me gusta aquella zona en la base del cuello, la clavícula, me gusta el lento camino de la boca a través de ellas hasta las axilas humorosas. Me gusta besar esos pezones y acariciarlos levemente con los dedos, oscilan más fácilmente, y me gusta la mueca y los sonidos que pueda hacer una mujer cuando lo haces. Me gusta cómo te sonríe y entonces, cuando lo hace, me gusta besarla en la boca cerrada, presionando mis labios en los suyos.

Me gustaría postular a las tetas como cierta coraza, exoesqueleto del torso (con todas las implicancias, que en este caso no elaboraré) y al torso como la habitación de cierta esencia pulsante donde se localiza primero el dolor y todo lo otro que nos impulsa. Mi ritual sería entonces la forma estúpida y sumisa de aproximarme a ella. Además me gustaría elegir un órgano -un cuerpo gutural- que acogería esta esencia: la sensación de la noche y el deseo; todo lo irracional y avasallante que nos conduce a la locura práctica; la luna dentro, el viento inmóvil. Es muy difícil. En este caso es muy difícil.

No distingo estómagos y corazones.

martes, 24 de marzo de 2009

Zeitgeist: los hilos, las manecillas







Vi el documental Zeitgeist. Ya lo había visto pero lo volví a ver a causa de una conversación que tuve con L. Lo volví a ver y fuera de todo lo que acaso sea acertado, siento que es efectista, cursi..., que está terriblemente hilado. Pero a pesar de eso es contundente, por momentos pudo inquietarme (particularmente la escena del atentado en el subterráneo en Madrid) y ninguna de esas es mi mayor observación.

Me interesó, conversando con L, el origen de la búsqueda que reconozco en ella. Existe la clase de hombres -y mujeres- que busca explicaciones y la que no. Ella las busca y por eso, cuando la miro a la cara, reconozco aquella materia inexplicable que condensa sus facciones atada a su cuerpo, sus labios, su nariz, sus dientes, todo en una persona fabulosa.

Yo le dije me parece que hay una falla en toda la figura propuesta. Si la sociedad es como una pirámide, se entiende que la mayoría estamos del lado inferior y que existen, en escalas sucesivas y cada vez más pequeñas, una sobre otra, individuos que rigen las vidas de aquellos en escalas inferiores. Así hasta la cúspide, donde reside el cenáculo, el jerarca máximo. Pero de pronto me parece que el mundo es mucho más difuso de lo que nos gusta creer, los caminos de la palabras y las voces y los hechos mucho menos definidos de lo que nos gusta creer. ¿Has pensado por qué habrían de ser contundentemente superiores los caminos de ascenso de la información en la pirámide que los de descenso? ¿Hay algún motivo mayor para asumir esto? ¿Por qué creeríamos que aquellos en la cúspide tienen los medios para informarse de todo? ¿Cuánto se pierde en el camino? ¿Por que la imagen de aquellos del mundo sería más precisa que la nuestra? Quizás es sólo distinta. ¿Siendo prácticos, realmente creemos que Alan maneja el Perú, que Obama maneja EEUU? ¿Realmente creemos que existen las vías de comunicación, como hilos fabulosos, que permitirían a un jerarca siniestro -cierto Rockefeller- controlar la humanidad entera? No niego la existencia de una construcción con índole de pirámide, sólo cuestiono la posibilidad de una comunicación efectiva entre los escalafones.

Otro día, conversando del tema, un tío me comenta lo siguiente. Yo lo condenso. Cuando la realidad evita a un ser, lo descarta, lo escinde en pedazos y lo evacua a sus arrabales, tal ser construye una realidad aparte, donde no libre de cualquier conflicto se haya, pues no debe más lidiar con lo inadecuado que resulta en la primera.

Si de pronto la sociedad nos controla, la cultura nos traza ciertos límites, siento que eso no es tan grave. Me distiendo un poco, elijo con alegría mis batallas.













domingo, 22 de marzo de 2009

La rosa púrpura del Cairo





1. En general me gustan los finales tristes.
2. Fuera está lloviendo.
3. Está lloviendo en otoño.
4. Esta lloviendo y la realidad está como en sepia.
5. Miro la tele: Mia Farrow sabe poner la más bella cara de cojuda.
6. Yo la amo por eso.
7. Mia Farrow es fabulosa.
8. No es preciso sudar para amar.
9. Mia Farrow.
10. No es preciso entender tampoco.
11. No es preciso tener experiencia para hacer el amor.
12. En cambio sí es preciso saber engañar.
13. Engañar no es el pecado que nos enseñaron.
14. Nos enseñaron muchas cosas.
15. Una mujer se conquista a través del engaño.
16. Luego, besar y felar no son favores tan diferentes.
17. Besar puede ser el acto más tierno.
18. Felar puede serlo aún más.
19. Besar también puede ser asqueroso.
20. Algunas mujeres besan asqueroso.
21. Otras felan con aparente desidia.
22. De pronto tú y yo besamos muy mal.
23. Nunca nos lo dirán.
24. Todos perderemos amores a manos de labios mejores.
25. Vuelvo a la tele: Mia Farrow ha roto un plato.
26. Mia Farrow.
27. Mia Farrow.
28. Esta película se la recomendé a una chica.
29. Me parecía bonita y me sigue pareciendo bonita.
30. Estoy bastante seguro de que no lo es.
31. Esta película se la recomendé a una chica.
32. Lloró viéndola.
33. No son la misma chica.
34. Se la recomendé a muchas chicas.
35. Me la recomendó a mí una chica.
36. Debo salir en busca de símbolos propios.

sábado, 21 de marzo de 2009

Sergio Marcelo Coiffure











Como en ese capítulo de Seinfeld, de esa calaña es mi relación con Sergio Marcelo. Pero tomemos en cuenta que yo no soy totalmente Jerry Seinfeld, que tengo un poco de Woody Allen también, otro poco de Bill Cosby y otro (aún) de Edgar Allan Poe.

Sergio Marcelo es un poco ese tipo de peluquero que podríamos llamar barbero. Quizás algo más moderno, pero no mucho. Tiene guayabera blanca y banda de jebe. Tiene sillas de cuero blanco, que podrían ser parte de la escenografía de Grease, y sabe reírse de si mismo con más agudeza que del resto. Yo lo aliento, busco torcerlo Sergio, ¡deja salir a la loca argentina que hay en ti! pero Sergio Marcelo es mesurado y cosechado, aprista viejo, toma el café con elegancia, las piernas cruzadas mientras espera, oliéndolo, y está muy orgulloso de sus hijos, una doctora y un ingeniero. En otras palabras: no cambiará.

He querido dejarlo, cambiarlo por alguien más joven y con mejores manos. En ocasiones me he atrevido a sacarle la vuelta. (Aquella vez en Guayaquil.) He querido dejarlo y jamás me atreveré. Por tanto me pliego a él, lo incorporo en mí. Es muchísimo más fácil ser abandonado.







jueves, 19 de marzo de 2009

Sustituir la sensación








Conservo muchos mundos en mí.

Mi primer universo se compone de margaritas e incakolas de botella de vidrio. Contiene un parque y todas las hojas amarillas regadas en la pista. Un viaje al sur, una mañana corriendo cuesta abajo por el desierto characato. Incluye muchísimas borracheras, mi pelo, largo y bonito, en aquel tiempo como el de una mujer, y un franco deseo de persistir. Comprende (sobre todo) una sección amplia de Miraflores cerca de los malecones y otra de Barranco, más nocturna, sucia y hoy poco recordada. En esos días The Selfish Gene me hizo más triste que nunca y gracias a una mononucleosis descubrí el placer de no hablar en una semana. Pero murió, de algún modo empezó a morir una tarde en las galerías de la avenida Brasil.

Mi segundo universo fue manchado por el primero. Obsesionado con su limpieza, lo embadurné de sublimes blancos para que pareciera una Tierra Baldía, si no un páramo nevado y estéril y perfecto. Me enorgullecí del resultado. Luego lo lavé con cerveza y afloró el asfalto, contrapuesto a la sierra como una navaja, enemigo del quechua y el llanto. En los momentos cuando no estuve ebrio –los menos- vagué y vagué y vagué y descubrí muchas personas inglesas que sufrieron el frío, la soledad y el contento esporádico entre el 78 y el 84. Principalmente en Manchester, también en Berlin. Por esa época también leí el Bestiario, Las elegías de Duino y toda la saga de Fundación. Aprendí a sentarme en una banca con tranquilidad, mirar los pájaros y las gentes, y supe cómo dormir sólo 4 horas cada noche.

Poco original, mi tercer universo también se construyó alrededor de sublimes, sólo que sublimes galleta. Y lo quise construir mucho y se demoró en erigirse porque era muchísimo más complejo. (En general, cada universo fue más fabuloso que el anterior.) Ya comía millones de sublimes galleta sin que se hubiera puesta la primera piedra -lo entiendo ahora como un pavor barroco- y para pasarlos me compré proporcionales millones de botellas de dasani citrus. Sin embargo bebí muchísimo menos cerveza, bajé de peso y me volví un sujeto lánguido y locuaz, que no escatimaba en sumergir su cuchara donde pudiera, que empezó a amar la atención de los otros al punto de aceptar el deseo de ser el dueño, el supremo rey de una enorme piscina privada. Quizás fue el más bello de todos.

Ahora mi tercer universo parece haber muerto. A lo menos, languidece imperceptible. Pero el nuevo mundo inminente, no sé dónde queda. ¿Este nuevo mundo existe si quiera? Pero este nuevo mundo ni sé si es mío. ¿Es que quiero un nuevo mundo? Pienso en cambio que pasan los años. Pienso que cuajo poco a poco en el rol del monógamo serial.
















martes, 17 de marzo de 2009

Compro placer
















Confieso que no me siento culpable. Este tiempo -el nuestro- no es más que otra tradición. En él me desempeño, pobre, parcial y goloso. Y jamás conocí otro lugar y quise mucho hacerlo e incluso me dijeron tú naciste en otro lugar, pero yo había nacido en este. Salgo a correr, disfruto de una copa de vino, si tengo suerte beso a alguna mujer. Luego por la noche me rodean ausencias.

Digo que no me siento culpable. Imposto con elocuencia esta vida, entre pájaros con la visión perfecta y mi sangre carmín y mis labios carmín, ambos tentándolos, y otros labios burgundy -mis preferidos- y sus dueñas: mujeres pequeñas detenidas frente a mujeres más altas, ambas con el torso del mismo tamaño (las segundas con las piernas larguísimas). Compro amor: compro sonrisas. Luego por la noche me rodean ausencias.

No me siento culpable. Son fantasmas. ¡Son bárbaros desnudos! Son apariciones o tecnologías gringas: son la última moda en zapatillas. Y mientras me han mirado, esperando la duda, la fatal duda nocturna, yo he ignorado su vigilia. Ignorándolas, he construido una comedia con los ángulos de mi cara, las sombras de sus ojos y las persianas entreabiertas. He ensayado un concierto con cierta estructura y noche.

Acaso es vano el intento: siempre persiste la culpa, la culpa que cierne la dicha como la arena caliente que recorre una mano gangrenada, y con aquella misma dulzura. Entonces siempre con ella las mismas ausencias.






lunes, 16 de marzo de 2009

Un chien andalusia

Alguien dijo esto, en dudoso inglés:

In the presence of deep frustration creativity becomes the mean to breach the gap towards one's expectations, past one's reality. Yet it can never truly be in the absence of wit (as a vector) or aptitude (as its cache).

Ok, mentira, yo me lo inventé. Creo que está mal escrito y no sé qué significa caché, realmente.

domingo, 15 de marzo de 2009

Las personas que observo










Salgo de casa y es un poco tarde, como todas las mañanas. Por eso estoy sudando y camino rápidamente y por eso estoy solamente medio vestido. Tengo la corbata en una mano y la camisa un poco fuera y muchas cosas en la otra mano. Pienso que una mano, cuando apéndice obediente de cierto cuerpo, es algo por lo que se debe agradecer. Pero hoy de mis manos de mierda se escapan continuamente las cosas: corbatas, celulares, botellas y mujeres. Me inclino a recoger la corbata de la vereda ensuciada y siento que por un instante sudo un poco más. Se sale totalmente la camisa por detrás del pantalón. Estoy tarde, recuerdo.

Entonces el carro no está parado en la esquina y confieso que yo lo esperaba. Di la vuelta a la cuadra, caminé dos en dirección a Paul de Beaudiez y llegué a la esquina y el carro no está donde lo esperaba. Empezaron conversando de lejos, hace dos meses cuando los vi, y todo escaló después. Hasta la mañana de ayer. Yo caminaba un poco tarde como todas las mañanas, llevaba la corbata en la mano y la camisa fuera y sudaba, pero decidí acercarme un poco más. Solamente los había visto de lejos y ahora quería verlos de muy cerca.

La primera vez que los vi se sentaban uno en cada asiento. Así como dos amigos se sientan conversando, de repente él sintonizaba algo en la radio, de repente ella se reía. Pero existía cierta tensión y había cierto misterio en el lugar elegido para estacionarse, más aún en la frecuencia con que lo hacían, y como preví con los días la distancia se fue acortando hasta que los pude ver besarse y una semana después vi cómo ella se agachaba, rítmicamente, cuado yo pasaba por la vereda.

Les quería ver las caras. Por eso hoy me acerqué mucho más. Un poco agachado, pegado contra la luna lo vi mirarme, asustado, y vi como ella le besaba el cuello aún ignorando mi presencia. Iba de bajada. Con sus labios le daba pequeños besos en la manzana de Adán que estimo el había dejado de disfrutar porque ahora me miraba a mí, primero con sorpresa, luego con una torcida cara de confusión. Entendí que era oportuno darme la vuelta, lo hice y no volví la mirada hasta que estuve muy lejos y cuando lo hice el auto ya no estaba.




Ahora estoy parado en el mismo lugar donde estaba el auto. Es un espacio vacío en la calzada.







jueves, 12 de marzo de 2009

Chuparte la esencia



Te habría metido la lengua en la garganta, un pulpo, mi presencia que es una corriente absurda con aroma de océano y la espuma blanca que la acompaña, emulsión de todas mis escorias, habrían colmado la tuya. Pero más inteligente que un pulpo, pues sabe mantenerse quieta cuando otro pulpo la explora, tendiendo la trampa, y por un momento los dos pulpos hacen uno solo hasta que este pulpo liquida al otro, le hace un pin, lo tiende en la lona, luego pasa por encima de él y desciende por la garganta tuya, el sólido tobogán hasta tu entraña. En tu entraña encuentra una fauna demasiado triste: animales juegan con tus alegrías enormes y muchos niños hermosos cuidándolos son como ejecutivos de cuenta, y un vasto río de vino mendocino carísimo corre entre las piedras milenarias tintándolas de un álgido granate. Sobre él pasa un suntuoso puente construido con las mejores lozas españolas que soñamos. Mi pulpo le toma fotografías, mide la luz y cambia de lente, administra los parámetros. (Luego serán expuestas en algún salón por la memoria de esta guerra.) Y sin embargo este es sólo un ataque preliminar. La invasión verdadera ocurre cuando este pulpo se retira y se esconde tras los labios del general, mi comandante, corre horizontalmente al Sur en aparente retirada, descansando azarosamente en los recodos de tu cuerpo (entre tus pezones, sobre tu ombligo, como posándose) y aterriza oportunamente sobre Venus. Estimemos que para entonces Venus alcanzó la temperatura ideal del rojo vivo y que aquellas espumas marinas recorrieron tus jóvenes frondas luminosas. Estimemos también como grandioso el amor de este pulpo.




miércoles, 11 de marzo de 2009

Noches de softcore







Ahora estoy adicto a estas mujeres desnudas y al sexo conciliado y seguramente mal remunerado que tienen todas las noches en mi televisor. Tienen sueños y yo ciertamente tengo los míos y como no puedo concretar los míos (y aunque es concebible que ellas tampoco los suyos) al menos paso algún tiempo observándolas concretar los de otros. Porque mis sueños, mis turbios sueños pasionales, no son sujeto de las tramas de estas películas.

Luego el sueño –el otro, nocturno ineludible, ese que también nos lo promete todo pero tampoco nos permite escapar- lo olvido y en silencio, pues bajo el volumen hasta eliminar ese fatal beat pornográfico que me recuerda al techno que ponían en la radio por el 2000, me dispongo a presenciar las escenas de amor. Son aún las once de la noche cuando respiro y enciendo el decodificador que me ha sido forzado por la empresa de cable. Unos minutos después finalmente me masturbo y al rato duermo, anestesiado por la memoria vasta de todas las ausencias constantes.

En otro tiempo, libre de ellas, pienso que ver tele debería ser no pensar en nada. Ver tele debería ser el supremo acto de ocio, la inutilidad pura, la perfecta y putrefacta ceremonia del acarreo externo. Hay momentos cuando no queremos pensar, esos recuerdos ya tuvieron suficiente espacio, tiempo durante el día, y ahora lo que queremos es no pensar en nosotros. Entonces ver tele es la forma de sumirnos en aquella hipnosis tarada que perseguimos. Nos reímos o nos interesamos por nada, un tiempo variable según el gusto, y casi siempre nuestra conciencia se limpia. Es la versión contemporánea de la figura de la confesión: en cambio de gloria recibimos el más confortable vacío (donde me siento tentado a sugerir que son lo mismo).

Pero desde que la empresa de cable me ha forzado este aparato, ya no es así. Hoy y cada noche no paro de ver a estas mujeres, que francamente no son demasiado hermosas. Simplemente están calatas y tiene sexo y eso es sumamente tentador para un hombre cuyos sueños son grandiosos y lejanos. No paro y me sumerjo en esto que convulsiona mi mente, pues me da una probada de lo inasible.

No paro y de tanto seguir aún no recojo Pale fire, que descansa en mi mesa de noche hace una semana. Javier Heraud escribió que su lamparín le permitía reír al lado de Vallejo, ver la luz eterna de Neruda. Era mi idea que por estos días el mío me acompañara mientras vuelvo una y otra vez al Oxford English Dictionary, tan confundido por Nabokov como las otras veces. En cambio, sólamente me sirve para buscar el botón de info en mi nuevo control remoto que aún no sé de memoria para conocer la programación nocturna del flamante canal de calatas.

Y lo peor es que Max Prime no es para siempre. La r-evolución (por no faltar a la tradición) sólo ha traído una cosa buena: aquella que nos engatusaría y pronto nos quitarán.




lunes, 9 de marzo de 2009

Albas de hardcore









Cuando corro no pienso en nada. El aire corta la calle transversalmente, de noche todavía, y yo con el sonambulismo de un trasnochado y en Lima ya no hay beatas como las de La casa de cartón y todas la luces del alba, que son muchas y como ajenas a los tiempos, me desenvuelven. También un señor cojo con la garganta envuelta en una bufanda de lana, el único otro desubicado que corre a las 5 am. Me lo cruzo y han sido suficientes veces: su garganta cubierta y su mirada pequeña, sus ojos duros como semillas y sus pómulos hundidos siempre apuntan a los míos, que se proyectan, exagerados por mis ojeras constantes. Ya nos saludamos, un leve gesto salva el encuentro.











A las 5 y 5 am el mundo tiene muchísimas menos historias, es una mujer que acabas de conocer: fresca y frágil y amable como el jugo de fruta recién hecho. No tiene bigotes y es pequeña y es hermosa, la historia es lejana y los nuevos próceres no la alcanzan todavía: este mundo sabes que no durará. Sigues corriendo mientras piensas en los hombros angostos de esa mujer que es el mundo y que quieres abrazar porque abrazar al mundo a través de los hombros de una mujer es una figura hermosa. Mas pronto amanece y ella parte para siempre, defenestrada, y el mundo ya es otro, otro cada noche corrupto al alba del día.

Cuando corro no pienso en nada y ese no pensar en nada es la mejor parte de mi día. Algo de 5 km y un vacío frío mientras subo por Pezet, calle a la que no le tengo mayor aprecio pero que con algún método misterioso ha logrado convertirse en el único lugar donde dije te amo. Dos veces. No pienso en todo lo que me pesa. Ya amaneció cuando entiendo que no hay nada más reparador que el ocio. Podría atropellarme un auto. Ando por la pista seguro y si me atropellara un auto, si un auto se desviara y tomara el camino que lo condujera hasta mí, acaso no me movería. Sería un final alegre: con la presencia de esa mujer -el mundo- que ya se esfumó.







domingo, 8 de marzo de 2009

No me gusta jugar (en general)





JP quiso ser piloto de avión. A quiso ser antropóloga. M quiso ser ama de casa. L quiso ser Miss Perú. La hermana de L quiso ser infladora de llantas de bicicleta. C quiso ser futbolista. R quiso ser Bruce Willis (no sabemos si por Demi Moore o por Die Hard). G quiso ser cantante de salsa. X quiso ser gimnasta. J quiso ser una integrante de Rage Against the Machine. P quiso ser el empleado del mes del McDonalds. D quiso ser profesora y O (que es mujer) quiso ser el cazador de cocodrilos.

Para mí ya era tarde cuando noté que no era capaz de entusiasmarme con nada. Las «instituciones» fueron tales en mi vida que me despojaron de toda capacidad de sentir pertenencia; me desalentaron, mostrándome sus agujeros y sus vacíos, repletas de desgano y poco espíritu, cómo eran crueles y arbitrarias e impostadas e imposibles para mí. La familia, la amistad, el colegio. Las cosas me sucedieron de tal manera que nunca me sentí parte de ellas. Hoy casi me siento parte de nada. Hoy no quepo en nada. Y por lo mismo no me proyecto en nada.

Yo nunca quise ser alguien. O nunca quise salvo dos veces y con muchísima duda. Nunca quiero ser algo. Pocas veces quiero poseer algo (alguien). Nunca he querido tener a alguien salvo dos veces y con muchísimo miedo. Me parece inconcebible caber en un rol y cuando, de pronto, me doy cuenta que estoy tentando alguno, se desmorona a mi alrededor.

En medio de la angustia puedo tener un irracional ataque de alegría y de pronto quiero ser mucho, cualquier cosa, todo al mismo tiempo: físico, actor, biólogo, comediante, director de cine, poeta miserable, hombre enamorado, novelista, artista visual, presentador de televisión, diseñador de modas, presidente, filósofo, dueño de una piscina. En cada careta me siento instantáneamente realizado, logrado en cada rol; pero al rato en todos inevitablemente, final y fatalmente inadecuado, solo, cómico, irremediable.




Hoy me siento incapaz de concretar cualquier identidad. Por eso actúo como un recolector: un wetex harto de escoria y de miel. Cada faceta que luzco es la versión torcida de la impresión hecha en mí por aquellos que me alcanzaron.









jueves, 5 de marzo de 2009

Ser y no ser la barbie








Ella me dijo Claro, de eso se trata, ¿si no cuál es el chiste? Pero yo no tenía la más puta idea, y yo había jugado con cientos de muñecos y cientos de veces. Siempre me aburrí y así dejé rápidamente los juguetes por los libros y por eso cuando nunca había ido al colegio ya sabía quienes eran, tan lejanos, Siddharta y Pipino, el Breve. Yo había sido un niño que jugó por inercia durante años y jamás lo supo. Así como un adulto que es un adulto simplemente porque debe serlo, y trabaja y es serio y se ríe cuando es aceptable reírse y dice lo que es aceptable decir, yo era un niño que jugaba porque los niños juegan.

Tuve que aprender hoy que cuando uno juega, uno es parte de lo que juega. Ahora pienso que en eso habría estado todo el placer: en el acto de proyección. Me explicó La barbie no tiene personalidad, la barbie eres tú. La barbie recoge tu estilo y se convierte en ti, sólo que es más flaca, más bonita y rubia. Me quedé huevón. Es por eso que hay tantas barbies, por eso tantos accesorios... [risas] en cambio a ustedes les dan un sólo muñeco asesino y todos están contentos. Yo no me había sorprendido tanto en mucho tiempo. No pude evitar reírme, sonreírme, deslumbrarme. No había sabido que cuando cogí ese caballero del zodiaco que me regaló mi papá por navidad debía ser yo quien derrotara al caballero de Virgo de mi hermano, yo y no Seiya.





miércoles, 4 de marzo de 2009

Desnudar la estatua








Es posible trazar perfiles con negaciones. A veces me parece mucho más cierto describir a alguien por lo que no es. Distinto a como se ensamblan los Legos a los 7 años, distinto a como se tornea la arcilla en esa escena de Ghost, le damos forma a un boceto nuestro de aquella identidad. Como pelando una cebolla, selectivamente, eligiendo las secciones a retirar, podemos delinear sus rasgos tratando de arrancar elementos que no comparten con el resto. Limitados por un mismo molde bruto (y por la percepción heterogénea de este molde, tan disímil de persona en persona) el resultado es espantosamente ambiguo, subjetivo al punto que no pueden de él asumirse juicios cualesquiera. También es muchísimo menos práctico y, sin embargo, ocurre que a veces no tenemos otra opción.

Por ejemplo:

- Me encanta.

- ¿Cómo es?

- No sé... Es increíble... es que en verdad no la conozco tanto... no la entiendo mucho. Pero no habla huevadas. No mira a los ojos. No tiene facebook ni messenger, no le gustan esas cosas. No tiene tetas. No dice nada. No sé qué estudia. No le gusta chupar. Tampoco se dónde vive. Nunca ha estado con nadie. Ni tiene DNI. Nunca le he hablado... pero es demasiado... ¡me encanta!







martes, 3 de marzo de 2009

Alejandra, Vogue, cuerpos










Estaba oyendo poco una presentación y me provocó recoger la Vogue que había sobre la mesa y ojearla. Después de todo eran mujeres bonitas en ropa bonita: supuse que podría pasar el tiempo con eso. Supuse que ojear una Vogue podría hacerme contento unos minutos. Nunca había ojeado una Vogue y la ojeé detenidamente, como de repente nunca lo vuelva a hacer, y traté de reconocer las tendencias de las que siempre hablamos aquí. Me detuve sobre todo en la ropa de estas mujeres -en su mayor parte diseñada por hombres-, en sus piernas y en sus ojos. Al rato me sentí como leyendo una Playboy, encontré que la revista era un collage de fotos de chicas lindas y artículos sobre el escritor más hip de la escena newyorkina. Creí que The devil wears Prada no era una película tan descabellada.

Estaba oyendo realmente poco, hacía calor y habían pasado demasiadas horas. En general siento que siempre han pasado demasiadas horas, constantemente, en todas las situaciones siempre han pasado demasiadas horas. El pasado siempre es inmenso y terrible, detallado, destellante, feroz, artero, es un rompecabezas con piezas agregadas de valor que lo contiene todo, todo, todo. Y no hay cómo volver a él y eso es todavía más terrible: saber que no podemos resarcir lo terrible.

Seguía oyendo poco y cuando terminé con la Vogue recogí un especial de Cosas. Parecía ser más de lo mismo pero no lo era porque cerca del medio encontré un artículo sobre Eielson y su propensión, que yo desconocía, a expresarse con telas y nudos, luces, formas y más nudos. Me gusta Eielson y quiero conocer Milán. Hay tardes cuando quiero mutar de ingeniero en John Galliano.







domingo, 1 de marzo de 2009

Depilación pública



Normalmente escribo enmarañado, como una madreselva y hasta buscando construir una mímica de su aroma. En cambio este pretende ser un relato llano y confesional, porque he pasado un fin de semana llano y solitario y he pensado mucho y leído más. Que no es lo común: normalmente paso horas con un libro en las manos y pienso con el libro en las manos muchísimo más de lo que leo de él. Habitualmente pienso por horas en sexo explícito, también en mujeres específicas a las que me gustaría besar con toda la ternura de la que soy capaz, de pronto decirles te quiero –que no sería una mentira- y luego ir a la cama con ellas. O al sofá. Últimamente también al sauna, si disponemos de él. Ocasionalmente a la ducha, pero no si son chatas. Con las chatas son preferibles los ámbitos que no exaltan la diferencia de estatura: por ejemplo la cama, el sofá, el sauna, etc. Con las chatas también es preferible el sexo oral.

En fin, me sentía abrumado y me siento, me sentí vacío y por eso hace unas horas rechacé hostilmente la invitación de mi madre para ir a visitar a la clínica a mi nonna, que se encuentra bastante tibia. La nonna es la hija de dos inmigrantes italianos, que con los años, la enfermedad y la desidia ha pasado de ser una mujer firme –casi un motor- a ser una nebulosa incomunicada. Me he sentido inmediatamente una mierda con mi madre por no querer visitar a quien sucesivamente es su madre y ella quiere y está bastante tibia y he querido pedirle perdón pero ya se ha ido y ahora debo cargar con eso, aunque la verdad no es tanta carga y pronto lo olvidaré. Rechacé su invitación porque me siento abrumado y vacío, como decía, y entonces realmente no quiero hablar con nadie, ni ser bueno ni cariñoso ni atento con nadie, lo que ayuda a olvidar responsabilidades. Quizás iré mañana.

Decía también que leí mucho y lo que hice específicamente fue terminar de leer For whom the bell tolls, que ya había empezado dos veces antes, durante el 2008, y que no sugiero sea un libro complicado y por eso me haya demorado en acabarlo, y en cambio sí uno muy compasivo y hondo. Es sólo que entre el trabajo, la universidad y el amor no pude concentrarme nunca durante el 2008, ni siquiera un puto minuto. No escribí ni leí, ni aprendí nada nuevo. Entonces he pasado todo el fin de semana, salvo aquellos momentos en que me escape hasta la orilla del mar, nocturno yo, a mear la orina transparente que me procuraba el vino rojo, leyendo, pensando. Y me detuve muchos minutos sobre las frases de Robert Jordan, aún lo hice cuando meaba en la orilla oscura, sobre la espuma amarillenta, y pensaba en paralelo qué apacible y fría y detenida estaría una fotografía de esta portentosa, negra, fétida isla que se yergue en medio de la noche, 700 metros mar adentro. Me impresionab la dicotomía constante de los sentimientos de Robert Jordan, el contraste entre su racionalidad gélida y su vulnerabilidad ante la bronceada, bella María.

La segunda noche, el sábado, solo por segunda vez luego de la media noche y por decisión propia, dispuse jugar. Había pensado antes en Robert Jordan y en cómo Robert Jordan había dicho que no importaba que sólo hubiera durado 3 días, que al menos él lo había tenido y la mayoría no. Pensé que yo no lo había tenido pero lo había sentido, 5 años atrás, y supe que al menos eso era mi ganancia. Así dispuse jugar, porque comprendí súbitamente que si bien en ocasiones yo me sentía vacío de algo o alguien específico, eso era pura ilusión: mi vacío era mas bien vago, amplio y por eso mismo contundente y total. Y el juego, que buscaba mi purificación, mi simplificación, mi reestructuración, lo exaltaría y eso, aunque se sintiera apabullante y triste, no lo sería para siempre. Y para jugar fui directamente a la despensa y el único juguete que encontré fue una tijera metálica.

Ahora me siento sumamente lejos, pero sé que no lo aparento. Soy como nunca un depilado hombre, lánguido, nuevo niño.