domingo, 31 de agosto de 2008

Heart and soul... one will burn (8)

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Este temor esporádico, como de pandemia holgada– la peste-alma de la sábanas, la tiranía-esencia en las lánguidas pelusas de frazada– la sospecha de que dormir hoy sea morir seis horas tras un telón de plumas y una vez más en el mismo lugar, mi reservado espacio con una persiana. Este deseo flojo una pasión, el rellenarme sosegado de cultura; pensar, morirme: un rito.

No se si hay otro modo de caminar de desear o de hacer ambas cosas que por simple y sorda aversión a inanimarse uno mismo, estropearse uno mismo al punto de volverse tan mísero que una mujer se sentaría sobre tus rodillas emocionada y contenta como si fueras un silo. No quiero pensar en árboles en rock en pantanos– ¿sino qué?– ni siquiera deseo hacer esto mismo que tan ciegamente hago– ¿por qué elegiría un jardín traslúcido como un caldo para escribir una queja?

En vista del tiempo que no es más que una cadencia y en vista de esta casaca que no es más que el humo, en vista del deseo que no me es sólo desacierto y en vista de que pienso, algo me acepto: yo no fui hecho para paisajes templos travesías, sino sólo para pequeñas ceremonias, sino sólo para quemar o ver quemar, sólo conjurar o arder. Incendio, ergo soy.

2

El fuego es un precepto que desciende a mí con la violencia del insomnio a esta cama espoleada, como descienden las horas infinitamente sobre los cautivos. Me propone orden y plenitud o a veces clausura como las plantas que en tanto no piensen son algo como el fuego. En tanto yo piense necesitaré modos maneras, necesitaré algo de cautivo y algo de caricias.

El fuego que es un estruendo comprende mi cama y a veces mis saludos o despedidas; una voz rasguñada como si cada vista fuera un escándalo, una demolición demasiado concreta de alguna esperanza que tuve de movilidad y holgura; como si todo alejamiento fuera un silencio, una construcción de noches sueños e imágenes: el grito gigante y desmesurado de abrazar mi almohada como si pudiera besar.

jueves, 28 de agosto de 2008

Voyeur 2



Veo a dos hombres bien vestidos son dos hombres como yo y junto a ellos un asiento y no preveo ninguna solución si discuten, por ejemplo, sobre la propiedad del asiento o sobre las manadas de nubes que nunca se irán aunque las llamen o sobre la manera práctica de asesinar a un tirano por la espalda o sobre la textura insondable de unas tetas muy hermosas o sobre esas memorias alejadas que hoy torcemos de colores y de sombra, maldita o bendita condición audiovisual de nuestros días, o sencillamente sobre lo más obvio: sobre la identidad del desgarbado imbécil que los mira.

domingo, 24 de agosto de 2008

Otro movimiento (plagerosso)

Para mirarla debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha, tampoco es buena la sombra si el lomo del oyente se achicharra para escuchar. Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos pero la arena gruesa es mejor todavía. Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas. Poco reino es la cama para este buen arte. Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera: que ningún valle o monte quede oculto y los personajes podrán holgarse en todos sus caminos. La oscuridad no guarda el buen amor. El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo y entonces la muchacha no verá el dedo de dios. Los cuerpos discretos pero nunca en reposo, los pulmones abiertos, las frases cortas.

Es dificil confundir a una mujer pero se aprende.

lunes, 18 de agosto de 2008

A veces... 5

A veces me paro, pero otras está completamente de más. Entonces inmediatamente me echo. No me muevo.

Algunas veces cuando estas veces (lo que reduce las probabilidades), siento algo en mis pies.

Hay una araña en mis pies.

Creo firmemente en la araña en mis pies. Me besa las uñas y me ama los pies.

No, es el aire.

No, es otra cosa. ¿Qué cosa?

¿Hay alguien en mí?

Nunca.

Pero mira, lo seguro es que hay una araña en mi canilla, en mi muslo ahora.

¿Quién anda en mi calzoncillo?

Da igual, no vamos a detenerla.

Un ser misterioso me ha quitado el calzoncillo.

Da igual, no me muevo.

¿Y la araña?

No, es una mujer.

¿Dónde?

En mi ombligo.

Es un mujer veloz entonces, no una mujer.

Es una mujer muy pequeña y hermosa, diría yo.

¿Dónde?

En mi cuello.

Es una mujer que prueba tu piel.

Una mujer que parece una araña.

No lo sé.

La reparación

Días me había despertado lleno de picadas. Mi pecho y mi barriga ardían y sólo me calmaba el agua muy helada.

Una tarde encontré el primer monstruo entre mis sábanas. Otro rampeando bajo una ruma de libros. Era un negro avatar precioso y largo de la muerte: su cuerpo delgado, cascarudo… fétido. Al final de su cola en una tenaza ligera, o en su dentición enana, supuse la razón de mis problemas.

Con los días supongo que la colonia creció y cada madrugada se hartaba de mi carne. Ante el espejo, desnudo, empecé a cobrar la apariencia moteada de un enfermo. Desesperado escudriñé todos los posibles escondites, no encontraba rastro o indicio. En los lugares donde me habían alcanzado, mi piel se quebraba con pequeñas ampollas. Mis vigías pasaban terribles; yo leía y soportaba pesadillas.

Pero una noche, echado a lo largo de mi cama, adiviné una cavidad en el corazón de mi lámpara de noche. Lancé en seguida contra la pared la esfera y desde una raja se abrió como una fruta vetusta: emergió de su interior el rojo aroma del nido. Yo examiné espeluznado el núcleo descubierto. Eran miles.

Detectando una mirada, las mandíbulas en conjunto se cerraban, expuestas. La colonia estaba fecunda y ahíta de mi sangre. Por un instante tuve la inmediata urgencia de devorarla entera, ganarles en su juego y morir.

lunes, 11 de agosto de 2008

Esparcimiento urbano

h





No con tanta frecuencia, pienso en las distintas formas de las que disponemos para morir. Normalmente divago un rato, incapaz como soy de seguir sobre un tema si gozo del espacio y el sosiego para entretejer. Después llanamente las considero, como si estuviera en una tienda y todas allí, sobre el mostrador para elegir. Como si eligiera un chocolate, mi voluptuoso placer para el camino: no porque la tome a la ligera sino porque creo que nada en la vida debe elegirse con más seriedad que la ninguna seriedad contenida en el rápido juego con que se elije un chocolate para comer andando por la vereda. Sea verano o invierno; sea Lima, el desierto o la playa.

Lo estúpido es que aún viviendo con esta premisa demoro horas en la desiciones más simples: no puedo elegir entre agua o café, no puedo hacer una llamada, no puedo levantarme de una silla, no me animo a contar una historia ni a gritar por la ventana de un piso 22 todo lo que podría gritar. Todo lo hago tarde. Luego cambio de opiniones continuamente, dejo de entender…

¿Y entonces cuál muerte elegiría? De algún modo yo creo que una muerte urbana, una que a comienzos del siglo 20 hubiera escenificado en un malecón, que alrededor de 1960 quizás en una plaza y que hoy no se realmente dónde poner, porque no me identifico en ningún icono moderno de esta ciudad. Pero allí una clave: lo que me importa es el lugar y no la forma. Quizás lo mejor sería una muerte en casa. Siempre le digo a mi madre: si un día muero que sea en mi cama. Luego que me cremen y me jalen por el water. Así los dos estamos contentos: algo de mi se queda en Lima y algo se va al mar, como tu querrías. Medio en broma, medio con susto me responde: ya cállate, no digas huevadas. Pero yo no bromeo.

Hace un mes o dos viví las peores dos semanas de mi vida. Me encontré un bulto y supe que iba a morir. Planeé meticulosamente todo: me descubrirían un cáncer terminal y no habría solución y yo estaría completamente jodido, pero guardaría la compostura: no diría nada y cuando menos lo esperaran, unos meses después, me suicidaría de la forma menos grotesca a mi alcance. Siempre le digo a mi madre: si un día me da cáncer terminal, me quedo ciego o pierdo las bolas, aléjame de las pistolas y los cuchillos. Responde lo mismo: ya cállate, no digas huevadas. Pero no se si bromeo.

Sin embargo, esto no quiere decir también que hace dos meses o uno viví las más interesantes e intensas dos semanas de mi vida, hasta que fui al doctor y estuve completamente sano y de la nada todo regresó a la normalidad. Como si en un momento corrieras del gas mostaza por una trinchera, lejos de cualquier máscara, y de súbito este se convirtiera en el humito rosado de las fiestas cuando éramos chicos.

Otras veces, que no me detengo en la metáfora de los chocolates en el mostrador de la bodega, pienso en las muertes familiares. En el tío que escondió el cáncer y murió muy rápido, en el abuelo del ataque al corazón que no conocí, en el primo de la moto en la madrugada. Y no importa si tomo el camino de los chocolates o este de la familia u otro, en todos los casos, al final inevitablemente termino llegando a lo que realmente me jode (me preocupa): no cuál sería la forma más dolorosa de morir, sino cual sería las más vergonzosa.

Hoy iba por la Javier Prado y vi pasar una ambulancia por el carril derecho, la sirena encendida, el conductor gritando. Eran las 8 y 40 de la noche sobre el puente que pasa por encima del zanjón, lloviznaba sutilmente y en el tráfico detenido yo pensé que él, el paciente, estaba jodido. Se me ocurrió inmediatamente que nada me aterraba más que morir en público; que, por ejemplo, tener un ataque al corazón en el cine, en la universidad, en una avenida. Estar allí tirado, quizás un poco desnudo, la gente alrededor... poco me parece más terrible que eso.

Hace 4 años en Cuzco, mientras esperaba al doctor que me llevaría a la clínica donde me curarían la neumonía que me tenía de color verde y azul, acepté escéptico un tratamiento alternativo de la dueña del hostal donde me quedaba. Asustada, al verme postrado en la cama sin haberme bañado en dos días, tosiendo, me dijo algo como: papacito, tenemos que ayudarte EN ESTE MOMENTO. Yo pensé, completamente resignado a mi condición de enfermo inmóvil: bueno, está bien. Luego ella y su hija, tras unos rápidos preparativos, me desnudaron el torso y los pies. Con un líquido semejante al alcohol, quizás un aguardiente, empezaron a hacerme masajes; la señora en el torso, la hija en los pies. Musitaban algo repetitivo y yo me quedé totalmente dormido hasta que llegó el doctor, débil y arrullado.

El doctor dispuso que debían evacuarme de emergencia. Trepé duramente la escalera y salimos en auto por las calles angostas de San Blas. Un amigo tuvo que bajarse del carro a gritar: ¡enfermo! ¡hay un enfermo! para que todos los carros retrocedieran y nos dieran el paso. Yo iba en la parte de atrás del taxi, acurrucado y echado envuelto en mi casaca, y mientras pasaba por el cruce entre una de las calles que descienden la cuesta (por la que íbamos) y una de las que corren paralelas a ella, en un momento en que se detuvo el auto, pude ver la mirada sorprendida de dos turistas y un cuzqueño, parados en la calle, viendo mi mirada más sorprendida de enfermo avergonzado que los descubría observándolo.

Pero antes de irme a la clínica y no volver hasta el siguiente año para volver a quedarme en su casa, la señora me dijo al oído, tocándome con la mano el lado izquierdo del pecho, cuando nadie más la escuchó: vas a estar bien esta vez hijito, pero estás enfermo del corazón. Nunca supe y aún no descifro si se refería a una dolencia física o emocional. En ocasiones siento una ligera presión en ese lado del pecho y esos días camino con una levedad que me impresiona.

viernes, 8 de agosto de 2008

Tres versiones de Judas (si Judas estuvo en Berlín en 1977)

1. She Judas




2. Flashy Judas




Si el guitarrista y la rubia de en medio, que en verdad es un rubio, tuvieran un hijo, podría salir yo, sólo que en verdad no, pero aún así tiene sentido.



3. Dancin' Judah







MMM.. yeah.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Soyuz

Viajo. Soy una marmota derribada al sistema métrico. Viajo desde la inconciencia– la ensimismada luz que se dispara al puente de piedra, el salir a zigzaguear los sombríos recodos– llego. Como una media mojada que me envuelva el cuello llego al sueño leve que son las otras cosas.

Mis anexos– boca, tiempo y cuello, pero sobre todo cuello– lo notan y no han faltado a la ocurrencia de aparecerme textos nuevos cuando no los espero o de jugarme un déjà vu para volverme hacia alguna esquina blanca o azul: allí donde se alimentaban unos conocidos dispuestos tal una ronda de gatos, allí donde los rayos se vierten en las baldosas como un sistema prismático.

No me importará que lo hagan. Hay que dejar de pensar en remedios para los golpes en las esquinas de la mesa de caoba o las quemaduras en los pies de la arena que hierve: mejor es darse cuenta que la primavera es el otoño como al revés y que también ahora se esconderán esos tornados como salones llenos de eco y las hormigas de fuego en los jardines de la entrada.

Debería haber mejores maneras de anunciar una partida, es decir más maneras de dejar planes empezados, es decir como páginas marcadas.

lunes, 4 de agosto de 2008

Les quatre canards (quizás pobre traducción al francés, yo no sé, by babel fish)

1. Le canard sexuel




2. Le canard ou la mémoire





3. Le canard retrogeek





4. Le canard noir




sábado, 2 de agosto de 2008

Polaridad 5

Y yo creo que es completamente difícil tratar de explicar qué tienen en común las chicas que miro. Inclusive lo que finalmente nombro como el foco de deseo (qué buen pelo, qué increibles tobillos) generalmente no es más que un ícono que elijo, arbitrario, cualquier cosa de toda ella para esbozar o empezar a pensar en ver si esbozo ese mundito, esa maraña de ideas y referencias y canciones que acabo convirtiendo en su imagen para mí, esa que he creído que finalmente se concreta el día en que pienso para ella un apodo realmente cojudo.

Por que siempre ha sido así, y a eso me refiero cuando hablo de la súbita impresión de caricatura; hablo de lograr resumir, mezclar en una sola cosa (en este caso un apodo), por un lado lo que ella realmente es y por otro lado todo lo que yo, completamente fuera de control, empiezo a construir alrededor de ella.





Por esto no intento pensar qué tiene en común las chicas que me gustan. Creo que bien podrían tener nada. Entonces esto va por tratar de encontrar un patrón, no en la causas, pero en las formas que deseo a las chicas que me gustan.


Yo creo que podría trazar muchas líneas a lo largo de las cuales las formas de mi deseo caerían, pero siento que una es la que más me gusta. Hoy, creo que todas están entre estos dos extremos:

1. El extremo donde están las chicas con las que quiero quedarme dormido, abrazándolas, y

2. El otro, donde están las chicas a las que les quiero hacer la sopa.


En ocasiones yo preveo conversaciones y hoy podría explicar al detalle porque la proximidad al segundo polo es mucho más divertida, ingenua, profunda y maravillosa.