viernes, 30 de enero de 2009

L'aerofagia è una disfunzione dell'apparato digerente

L'aerofagia è una disfunzione dell'apparato digerente, consistente nella tendenza ad ingoiare aria, che va nello stomaco in quantità eccessiva. In condizioni fisiologiche normali l'eccessiva deglutizione avviene durante i pasti, quando oltre al cibo la persona ingurgita anche aria.













De alguna manera telepática quisiera devorarla entera. Su cabeza, sus tobillos y sus hombros, como si fueran galletas de coco y avena. Quisiera encontrarla en la calle como solamente la encuentro, esporádicamente, un jueves por ejemplo, cruzando la calle en chanclas y con una falda raída, yendo hacia el grifo. De algún modo convencerla para tenerla muy cerca: donde pueda oler sus axilas suaves y sus ingles que indudablemente huelen a humo, donde pueda besar con besos pequeños y dulces los lados de su boca triste que es una luna curva y voluptuosa vuelta hacia abajo y donde pueda colocar completamente sus pezones dentro de mi boca, esos pezones que, protuberando de una teta triangular y vaga, me parecen globos de fiesta desinflados y que ya sé cómo querer.

lunes, 26 de enero de 2009

Taking drugs to make music to take drugs to





Juan se compone de carne, obsesiones, música y muchísimo soufflé:

Juan vadea un mar de cacas ardientes:

Juan teme al Dalí negro:




domingo, 25 de enero de 2009

El divo confundido

1. El divo agarrotado







No tienes este cuerpo ni esta cara ni estos labios, pero cuando sueño los tienes. Por eso cuando sueño me acerco a este cuerpo tuyo imaginario y recojo tus pelos como si estuvieran cubiertos de mierda, y los beso. Así toda tu mierda me cubre, impúdica o fatal se desparrama toda tu hermosa mierda por mi boca y por mi cuello, como un alud de mierda embarra mi pecho, mis calzoncillos y mis medias… No sea secreto: en ocasiones he sabido ser contento algunas horas.





2. El divo alucinado







Me enteré por la mañana: Elton John y Madonna eran enemigos. Me di una ducha fría y después tomé el café, algo desganado, como quien bebe brea. La verdad había pensado que en una nueva ciudad podría ser un hombre grande. O una mujer de tamaño mediano en su defecto. Decidí tomar un paseo. Lloré junto a una negra gordísima en la esquina de la 81 con Broadway: habían atropellado un gato de angora. Corrí avergonzado 2 cuadras y tomé el subway. Bajé y subí las escaleras. Allí conocí a Phillipe. Estaba parado en la acera y se disponía a comprar unas zapatillas Nike.

Officer, ¡le juro que él me dio estas pastillas de colores!





3. El divo hiperestático







That’s why he beats you Joan, because he’s a beat poet.





4. El divo cosmpolita







En mis pies hay un aliento que no es el mío. Huele a Boeing 757, a Coca Cola Company. Cuando el air conditioning mengua todos tenemos el mismo corazón: mientras camino por esta rue sigo siendo el mismo. Avenue! Boulevard! Paseo de la conquista! Zaguán! Quai! Emirato! North atlantic structured revenues: beware of the military-industrial complex! Golden coast! Shangai and Brecht! Space rock! Nouvelle roman! Es sólo que ahora vivo en esta costa, ¿realizas?





5. El divo duplicado








Tú y todo lo demás y por eso mismo tú y nadie más. Envueltas en este mar y la electricidad que electrocuta a los hombres como tú y ninguno más, viven tus extrañas bifurcaciones. Por siempre: como facsímiles azules y fríos o grises y calientes de ti mismo. Los veremos un viernes, por ejemplo, después del atardecer, tomando un café en cualquiera de los cafés que solemos frecuentar.







sábado, 24 de enero de 2009

El pánico escénico






Porque voy solo, puedo ir muchísimo más rápido. Rápido hasta que es un poco estúpido. Es la carretera al sur y como no he traído a nadie puedo acelerar en esas curvas, cuando no se debe acelerar, y pasar al camión gigantesco del que saltan piedritas pequeñas contra el parabrisas y disfrutar esa sensación de vacío que trae mientras se le tiene al lado derecho y luego el contundente golpe del viento cuando lo rebasas: el súbito descontrol del timón que se tuerce en este automóvil hecho para otra velocidad mucho más tímida, velocidad que si bien esta ligada a una certeza de contento y aplomo no guarda relación alguna con el zumbido necio, grave e intrépido del disco que he elegido escuchar esta tarde y según el cual planeo guiar el ritmo de mis acciones los próximos 72 o 73 minutos que continúe sonando. Y lo hago bien (pienso), y lo hago muy bien.

Satanás, fiel compañero: enciendo sus luces altas cuando empieza a oscurecer y cruzo esa porción de la carretera que pasa por Chilca y que nunca parezco entender cuándo terminará. No tengo alergias que me detengan ni responsabilidades que me contengan ni encargos ni amores ni luchas pendientes y quizás incluso ni memorias oscuras, ni siquiera lúgubres y tiernas perversiones cuando ya es de noche, cuando ya empieza a emanar la tenebrosidad por la tobera del aire acondicionado (un poco tibia: pobre insuficiente tenebrosidad de las noches de verano en nuestro desierto ecuatorial sin estrellas y sin esa propiedad lunar de las verdaderas tierras baldías) y alcanzo el peaje.

Mientras saludo al hombre de la caseta, lo veo torcerse todo. Escucho su voz y todo él y yo nos torcemos como volviéndonos parte de una antigua fantasmagoría azulada, pero burocrática, vigente e inofensiva. La otra noche (pienso) tuvimos que elegir un cuarto. Yo, apurado, elegí uno sin camas. Así que utilizamos el sofá. Me he enfermado de una manera grosera y pública. Dos días en cama. Tengo las sienes hinchadas y me arde el estómago. Esta gripe de mierda (pienso), y a pesar de todo lo hago bien: paso volando entre los autos, como quien escapa, y no dudo de mis movimientos.







La discusión de fondo (pienso) es si en esa foto yo sería el policía o el del paraguas. Y lo que quisiera es hilar eso a la timidez insospechable que ha sabido mostrar mi pene en sus últimos momentos de gloria. Pero de repente esto no importa , de repente no por un momento. De pronto subo el volúmen y el disco continúa y salgo riendo del peaje mientras sigo solo con Satanás por esa carretera más bien corta, que pronto se convertirá en camino, y por años y años como un roca viajando por una región humana, poblada de candorosos niños, pero fría e inclemente, sin detenerme, o quizás sólo por breves minutos que parecen años, deformados hacia tonos más oscuros y bellos por esa propiedad que tiene algunos pensamientos de modificar el transcurso del tiempo llevando al hombre a hechos fatales y dolorosos y determinantes y por eso mismo, con ironía, perfectamente memorizados.





Ahora (pienso) no tengo que pensar en nada más que en esquivar esta Forester verde que ha puesto sus luces de emergencia demasiado tarde y se acerca vertiginosamente, seca contra mí como una pared de granito para despertarme.







jueves, 22 de enero de 2009

Ok, el asunto detrás de los lentes Ray-ban

Iba por una calle poco trascendente un día ciertamente olvidable de noviembre. Así son estas calles de las once de la mañana por la ciudad: silenciosas bajo la resolana y aburridas entre estos edificios altísimos y monótonos, como concreciones de una virilidad estándar y despreciable, que parecen mojones rectangulares brillantes, y bullendo de mensajeros taciturnos y jóvenes desubicados que las surcan indecisos en calzoncillos y corbatas y camisas y sacos y que tienen las cosas, en un sentido muy general, poco claras.

Me explicaron alguna vez es que tú eres un tímido superado. Hablas claro y miras a los ojos, pero no has perdido todas las señas. Por ejemplo, cuando caminas lo haces con las manos en los bolsillos y siempre mirando el suelo.

Lo recordé entonces e inmediatamente, al tiempo que sacaba las manos de los bolsillos del pantalón oscuro y enderezaba mi espalda a la manera de un hombre atlético, levanté la mirada y cuando lo hice, un rayo o una cantidad enorme de rayos de sol (la cantidad está sujeta a discusión) me dieron directamente en los ojos. Cegado, fue entonces que decidí mantener a toda costa el nuevo ángulo de la mirada. Pensé sorprendido en la sutileza del cambio y más tarde, levemente agobiado, en todas sus implicancias.

lunes, 19 de enero de 2009

La la love you






La admiración en su estado más puro suele ser egoísta. Se torna en un fanatismo pasivo, acaso estático. No perturba ni cuestiona, no tuerce, no mata. Sólo busca apropiarse de las cualidades que idolatra, acapararlas, poseerlas y lucirlas puesto que no puede hacerlas propias, pero jamás se aproxima verdaderamente a ellas. Por eso un amante jamás debe ser solamente un admirador. Debe ceder a cuestionamientos fundamentales sobre lo que estima, desmembrándolo y por instantes despreciándolo. Sólo de ese modo podrá volverlo suyo.







domingo, 18 de enero de 2009

Vuelvo a ser el mismo, que es otro (es cualquiera)

Empecé a vomitar a medio camino de la casa. Fue sólo la primera arcada que lancé tras un arbusto, discretamente, y que manchó mis dientes y formó una lámina compacta en mis encías. El resto pude contenerlo y poco después depositarlo en el water del baño, cuando pude llegar corriendo a la casa. Había empezado a correr, dejando el vaso de inca kola a medias sobre la mesa y sin pagar, cuando sentí la primera sugerencia de una nausea profunda.












Quise y he buscado mucho convertirme en un ser gigantesco, distópico, incólume. Un implacable totalizador de realidades adversas y contradichas, adicto al sexo más torcido y capaz de los besos más tiernos, juntos los dos como en una danza condenada y fabulosa que hipnotice a todos mis contrincantes.

Pensé en mis contrincantes como en un ejército de tierra y servilletas y en mis víctimas del mismo modo y deduje que no tendría salvo problemas y desencuentros. Imaginé luego mi vida como una escaramuza inacabable y mi muerte como la conquista final, árida y sofocante.

Preparé mi mente para esto y hoy día, mientras miraba a los niños jugar en la piscina y al hermano de una amiga sonriendo bajo el sol y mientas me tomaba una inca kola de dieta en un vaso repleto de hielos y recordaba los meses pasados, dudé y por unos minutos pensé que de repente no aquello y esto era todo lo que quería.







viernes, 16 de enero de 2009

Tupac Amaru II y el país de los ponies longevos












Estoy desterrado bajo una sombrilla. Es muy temprano en la mañana y junto a mí está Fernanda. OK, no está Fernanda, pero estuvo hace 20 minutos su olor y guardo todavía su recuerdo y sus labios oscuros me exprimen el ánimo y la presunción de su sexo humoroso que por hoy no besaré -el mío enhiesto- permanece.

Pienso también que los hombres no debieran despertarse temprano e ir a la playa y especialmente no si se han olvidado de quitarse las zapatillas porque estas se llenan de arena y el agua salda humedece las medias y entonces no provoca más que regalarlas. Le he regalado mis zapatillas al primer hombre que pasó y me ha mandado a la mierda. Puta madre huevón, no quiero tus tabas.

Es muy temprano y estoy encogido y borracho sobre la arena de la playa como un feto sentado (como una momia en posición peruana) y se me ha ocurrido de pronto que me gustaría que me estiren. Que me estiren de brazos y piernas sobre la arena de la playa, ahora que el sol todavía está tímido y esta especie de nube tenue avanza sobre la orilla, que me estiren hasta que mis articulaciones crujan libertadas mientras el sol coce mi abdomen, mis muslos, mi pecho hasta lograr el bronceado perfecto.

Entonces busco un medio y veo a los niños. Solamente que ya no son niños. Tienen 14, 15, 18 años. Algunos son mucho más hombres que yo y seguro por eso mismo viven mucho mejores vidas que yo. Tiene espaldas amplias, abundante pelo y alguno hasta la quijada dura. Espero ser capaz de manipularlos.

Siempre he creído que la vida buena requiere cierta dosis de ingenuidad.




jueves, 15 de enero de 2009

Corazón delator

Nunca voy hacia ningún lugar aparentando demasiada convicción. Viajo como alelado por algún papelito que en ese momento vuele por el aire describiendo una parábola mecánica y que sigo con la mirada mientras dibuja algo que debo imaginar no es otra cosa más que un arcoiris hasta caer en el tacho de basura: el recipiente de todos los tesoros modernos.

Entonces comencemos esto diciendo o sugiriendo que no estaba caminando hacia algún lugar sino que me dirigía más precisamente a cualquier parte cuando de pronto me sucedió algo: una punzada nada metafórica y ciertamente aguda me dobla el pecho del lado izquierdo y así me tropiezo ligeramente, trastabillo sobre la alfombra gris. Mi pierna derecha se dobla o tuerce, debilitada, y yo me sostengo disimuladamente de un escritorio.

He detectado en este instante una fragancia, una fragancia que huele como a este dolor y que lo alimenta. Retroalimentación positiva le dicen: la maquina explosiva. Un seductor aroma oriental-frutal con sofisticados toques de ylang, ámbar y uva riesling, exclusivo ingrediente del vino blanco más fino de Europa dice la nota que reviso varias horas después en el catálogo de temporada. Es una fragancia aguda como un dolor agudo y diseñada por algún francés maldito (donde no pretendo sugerir que otro francés más que este esté maldito, aunque probablemente haya más y al menos se me ocurre uno y eso no me concierne).

Voy caminando por el pasillo de la oficina y cuando me tropiezo, Amalia me pregunta ¿qué te pasa?. Y Amalia no sabe nada de esta fragancia que he presentido ni del dolor agudo del lado izquierdo de mi pecho ni de mis otros dolores satelitales ni tampoco sabe de ese maldito francés que he decidido odiar, entonces le digo nada nada, me tropecé.

Ahora bien (palabras prestadas, torcidas)

Tuerzo:

Ahora bien, imagino que tú eres una bala y yo soy los manifestantes, que huyen todos en distintas direcciones. Imagino que la bala es un misil cargado de habitantes que gritan todo su desconcierto mientras se hacen un lugar entre las venas: tu corazón y tu cuerpo se estremecen por completo.

Pienso que eres el corazón que muestra emblemático una brillante escala de plata y que la escala es el oro viejo de una pulsera rota entre los gritos de los grillos de una noche volando por la carretera perseguidos por la policía.

Hay una cámara que especulada busca la noticia y sabe que toda imagen puede ser una fotografía si el objetivo es un agujero por donde ingresas a la piel a destruir todo lo que encuentras a tu paso, como una niña suelta en una sala de jarrones que exploten con su rojo contenido. Bajo de ti vuelan los planetas, con más saturnos que auténticos milagros, una madrugada echada sobre el pasto, ya cadáver y ya desenfocada.

Ahora imagino que tu cuerpo explota de cansancio perforado por la balacera. Imagino el inicio, el hecho mismo –helechos–, y las flores que bajan la frente en esta balacera que arranca en una procesión y tatúa los maduros cuerpos de los fieles, donde has perdido la dorada hebilla del reloj y no sabes detenerte.

Acaso porque de este charco vuela una peste acre con brillo de una bujía devota y porque hoy las fresas son cabezas en las playa y los enigmáticos frutos que cuelgan de los árboles son los gestos que contaste anoche, sea por el viento que acaba de soplar o por el corazón que es un diamante, sea por estos secos ojos de vidrio y sus gruesas lágrimas de acero: imagina que lloramos juntos al leer estas palabras.

martes, 13 de enero de 2009

La sublimación de la mierda




He tenido que bajar del piso 22 tan rápido como pude. O mas bien tan rápido como el ascensor pudo, y mientras tanto yo muriendo o divagando, que no son asuntos demasiado distantes, y al mismo tiempo mirando a mis compañeros, aquellos que treparon conmigo al aparato maldito, y reconociendo que son bastante iguales a mí. Hombres y mujeres, más bellos y más feos que yo, contienen en sus labios la misma angustia por emerger de este horno metálico que nos cocería amablemente este mediodía de verano si el motor se malograra y él se detuviese y en el que no queremos estar juntos ni un segundo más de los pocos segundos a los que estamos condenados a permanecer juntos aquí, oliéndonos y mirándonos y ocasionalmente rozándonos, mucho más cerca de lo que nos acomoda.










He salido después a la especie de terraza o platea que circunda y decora el edificio y he explotado en un tiroteo de gases vacuos y extensos. Una continuidad de gases inodoros y largos que me hartaban y que pudieron salir al fin, después de una mañana entera de gestación. Me he liberado de una manera grosera pero discreta y acaso incógnita de una cantidad incalculable de mierda que me repletaba y que por un milagro de la alquimia se había transformado, desde su natural y pestífera naturaleza sólida en una monstruosa niebla de un gas incendiario y elocuente.

Por suerte, como no es tan común con lo que pienso y luego digo, he podido encontrar la manera secreta de liberar esta descarga de mí. Porque esta mierda es totalmente mía: porque desde hace un mes o un poco más este estómago romántico y todas mis otras vísceras proféticas se han vuelto una fábrica convulsionada, trotskista y sindicada de estos gases apasionados pero fútiles que pugnan por salir en todo momento de mi recto ardiendo.

De repente pienso que toda la mierda que producimos, no sólo en nuestras tripas sino también aquella que germina en nuestros corazones y desciende a nuestra mente, es imposible de liberar en su estado sólido y que la única manera eficaz de hacerlo es la forma poética que mi cuerpo ha descubierto: la sublimación. Debemos convertir nuestro discurso interno en una materia leve, insustancial y voladora, en una corriente etérea y amena que viaje e inevitablemente se pierda difuminándose como la niebla entre los edificios, y nuestro único deseo debe ser perdurar así: fragmentados y extraviados entre las ciudades, las mentes, los autos y los restaurantes. Nuestra única esperanza de alcanzar a otros debe fundarse en convertirnos en esta niebla hermosa que los envuelva, colme sus fosas y sus cerebros y los vuelva imbéciles por siempre.



Presiento además que en esto se debe esconder el esquivo misterio del amor y la creación.




domingo, 11 de enero de 2009

Con Satanás por 28 de julio y si miro de reojo a un policía de tránsito





Cuando son las 8 y 35 am y conduces por Lima, lejos de la playa y de todas esas memorias de turbios océanos y orines, no hay escapatoria posible. Tienes la arena en los ojos y el hedor de un lobo muerto te persigue y junto a él la imagen de la playa anochecida y las luces de las casas que te alumbran los pies aparecen para dibujar sombras en tus canillas mientras tiras tu cabeza hacia atrás y empiezas a mear en la orilla al momento que el agua alcanza tus dedos congelados y solitarios. Entonces la ciudad se te hace sosa y puedes distraerte un momento, tímidamente ensoñado, y un poco casi chocar contra un tremendo bus color fucsia.











Cuando han pasado tan sólo 2 minutos más y son las 8 y 37 am y te detienes en un semáforo claro, el hotel Radisson a tu derecha, y somnoliento tras una noche con sexo errado, no temes a la policía. Porque tú no eres feliz con permiso de la policía. Tú flotas como un post-it lanzado desde la ventana de un rascacielos al viento patético del verano. Y en esa figura se contiene todo, la trasgresión alrededor de la cual planeas edificarte: en ella se concreta el final del tiempo del diente de león y el principio de nuestros días.




viernes, 9 de enero de 2009

For every atom belonging to me as good belongs to you





Solamente quiero hablar de ti, de mí, de quién: de algo como una persona, de una corriente extensa que nos persiga siempre.









Siempre podrá sorprenderme la más íntima de todas mis propiedades alternantes: la insospechada manera en que transito entre lo invisible y visible y el total descontrol con que me enfrenta este proceso. Cómo camino, fantasma de Canterville; cómo camino, poltergeist afónico.

Persistiré: posaré siempre del mismo. Construiré las mismas canciones y me veré siempre en los mismos espejos. Viajaré: letras y tiempos, decadente o chic o ambos y yo mismo, por pueblos húmedos tan lejos de casa viajaré. Como Trajano mojando los pies en los mares persas, como un soldado francés meando a las orillas del golfo pérsico.





Pero esta tierra esférica tiene la peculiaridad de que si te vas muy lejos, empiezas a regresar, y yo presiento que nuestras lejanías no siguen esta ley tan clemente. Nos han diseminado como al polen en los huracanes.







jueves, 8 de enero de 2009

All publicity is good publicity









Una idea suelta. La comodidad para besar al copiloto, una vez detenido el vehículo, debió siempre ser un criterio de diseño tan estricto como la potencia buscada, la seguridad o la eficiencia de un auto. Habitualmente no lo es. Solemos pecar de imbéciles por temor a pecar de frívolos. Como espantados por la condición del escándalo, calculamos equivocados que lo segundo es muchos peor.







lunes, 5 de enero de 2009

Cauces alternativos




No descarto la posibilidad de perderme definitivamente. Reniego de la tranquilidad que significaría encausarme o afincarme en un depósito que no sea el mío. Pues un depósito debe ser el propio (y no el de otro). Así diría que triunfar el triunfo de otro es como tener sexo-enamorado con una muñeca, besándola, o peor aún: como ser enterrado en un ataúd inscrito con el nombre famoso de alguien quien fuimos y que jamás reconoceremos.









La autenticidad discurre en una marea, durante un colágeno caliente que rápidamente puede enfriarse por siempre, tomando aquella forma que si buscamos modificar no hará salvo quebrarse. No poseemos la capacidad de mutar infinitamente. Nuestra niñez caló en nosotros, los miedos primitivos se imprimieron en mí.




La madrugada del domingo hablaba con Fernanda. Fernanda me dice, cuando estamos apoyados sobre la barra de un bar y yo miro embrujadamente los ojos del barman: yo no se qué vas a hacer tú. Me volteo hacia ella y yo, por mi parte, no se qué va a hacer ella.




domingo, 4 de enero de 2009

El sur, la septicemia (acaso mi mayor exageración)












Eran las 10 y 30 p.m. del viernes dos de enero, y solamente porque la sangre corría y en un principio yo no supe de dónde, fue que me detuve. Sorprendido, con un sabor agrio o salado en los labios dejé el utensilio de lado, olvidé por un momento la fiebre que henchía mi cráneo y cascaba mis muelas, y me revisé de pies a cabeza.

Había sido un día perverso, colmado de sol y delusiones mansas, delusiones de heladero, de remembranza y de agujero en la arena, y el vapor que ascendía del lavatorio dejaba entrever a través de él la sangre que manchaba la superficie de color blanco. Como los restos de un accidente automovilístico sobre el asfalto, donde en una zona no muy extensa, al alcance de un solo vistazo, se esparcen los trozos de una persona y en ellos debemos reconocer sus fragmentos: así, de tal modo me veía dibujado en esas manchas y difusas zonas pinceladas. Veía dibujado en rojo, sobre la pantalla cóncava, el largo trajín de este día, la arena y el mar helado, el viento y los estornudos y mis labios resecos por el sol.

Con pura elegancia, oír el agua que corre puede hipnotizar un hombre, y si esta hierve o resopla y despide su aliento alcohólico, comúnmente reconocido como vapor, este puede sumirse en un soponcio tan místico como idiota. Yo nunca sabré cuántos minutos transcurrieron mientras yo repetí las mismas tareas. Frente al espejo y calato, me perdí primero y tan sólo me desperté al reconocerme a mi mismo, a mi mismo transfigurado en estos dibujos y trazos de sangre, sarcásticos y delatores, sobre el blanco infinito del lavatorio. Viéndome noté que la sangre llenaba mi mano, llenaba mis labios, cubría el cepillo de dientes y pintaba mi saliva.

Me enjuagué bruscamente unos segundos, cerré después el caño y fue tiempo de volverme a vestir. Sudando, pero enfriado por la fiebre, recogí mi ropa de una pequeña repisa. Me calcé primero el calzoncillo; luego tomé el pantalón. Metí la pierna izquierda y mientras levantaba la siguiente un leve mareo me despojó de todo equilibrio. Al intentar meter la pierna derecha lo más rápido posible para evitar una caída, mi pie rasgó la tela y quedó atracado a media pierna, dejándome parado en un pie. Así, caí apoyado contra la pared a mi izquierda, todo el hombro, y sobre un solo pie. El suelo estaba empapado (el agua chorreaba desde mí después de una larga ducha) y gemí cuando pareció resbalar mi único apoyo, pero hice fuerza y pareció mantener la estabilidad. Después la fricción cedió y aquella pierna, débil, terminó de resbalarse y se dobló como una horquilla vencida. Di un último giro con todo el cuerpo para evitar el accidente, pero fue inútil: caí todo, semidesnudo, sobre el piso helado. Después de unos segundos imposibles de describir, me hallé jadeando en el suelo, echado boca arriba.

De un modo muy distinto, observar una luz puede también hipnotizar a un hombre. Echado sobre las losetas del piso, mirando la lámpara pendiendo del techo y reflexionando sobre cómo volverme a parar, comencé a verlo todo: la sangre, el día, la noche, mis manos... No he querido desde entonces otra cosa salvo un poco de gentileza y cariño.