lunes, 19 de febrero de 2007

La erupción que esperas

Tu vaga movilidad de cráter dormido no es suficiente para acomodarte. Tampoco tus horas dilatadas, tus llagas viejas o tus amapolas. El viaje –o tus múltiples viajes– te rindieron inútil. No alcanzan tus cayos ni tus golondrinas ni tus fumarolas. (Has visto tus golondrinas retorciendo espirales en el aliento de las chimeneas, desesperadas.)

Has pensado qué fácil ser duna, pero a la vez qué desperdicio. Lo has pensado y podría haber una técnica: la licuefacción de tu esqueleto; la perforación de un hoyo petrolero por el boquete que es tu ombligo. Crees que el riesgo es un poco alto: podría no haber vuelta atrás.

En otro tiempo, hace decenios, elaboraste también el problema, pero eras otro, pero eras el mismo. Eres la inducción al absurdo: la generación k+1 de un linaje inconexo, una estirpe de magma enfriado. Todos esperaron el mismo desastre, el mismo genial y devastador derroche caliente.

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