domingo, 2 de diciembre de 2007

Fábula del hombre que lee en una banca

Mi agenda bípeda es una sortija vana de amaneceres y almuerzos. Pero hay días como este de un cielo color limonada con sus consecuentes noches inhóspitas de gordos magníficos posados como palomos de algún barrio chino sobre las bancas frente a los pabellones (altos señores, solemnes y civiles) en que elaboro alguna liberación.

Pasando delicadas las páginas de mi aparato, mi nueva máquina, tal vez mis ojos avejenten las veredas o ciclovías por algunos instantes y pueda retozar a lo largo de una nueva pero octogenaria alameda entre coloraciones pardas o patrones de cuadros, y un tranvía, como si usara sombrero.

Tras breves milésimas de febril e instantánea ensoñación, notaría que no vino nadie conmigo en ese viaje, que aquellas visiones arribaron pero pequeñas como a través de un sifón enano o casi el ojal de un reloj de arena.

De la misma manera, con otro aparato podría uno bañarse de hoy-día. Él a su vez me observaría por un hueco minúsculo y sabría que esta clase de viajes se hace de a uno.

Como testigo único de esta fábula, acaso dependerá de mí procurarle los medios.

No hay comentarios: