Desde un túnel de inventario: la mandrágora, la boca y la salida. Al fondo fuera, las mujeres. Esta población es una ciudad, un callejón entre estas torres que no duerme como la contenta cigarra.
Acá los días no acaban con el sol. Y la primavera no es una mazmorra, pero cuánto lo parece.
Las crías andan rápido y mueren a los pocos años vomitando sangre, sus pulmones llenos de algodón. Yo amo sus bocas por cada palabra que hierve y no vuela en sus comisuras: yo aborrezco sus ojos derramados por los agrios suelos en los que caminan.
Imagino (y dicta la mitología incuestionable) que su lor es un señor muy grande y su nextel.
viernes, 7 de marzo de 2008
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