domingo, 13 de abril de 2008

Por el olivar (en cualquier parte)

He caminado 45 minutos de las 4 horas que me propuse este domingo. Domingo de caminata: domingo de chanclas y música alta y malecón y mar y parque y fríos chocolates.

Primero lo observo a un lado de la alameda. Un momento detenido, lo leo y me interesa (no es mi primera vez). Luego reflexiono y pienso en escribir alguna frase sobre el acrílico que lo protege. Al cabo nada hago y continúo y regreso hasta mi cama y duermo pero no duermo y me levanto y aquí estoy.

Ese irrefutable cartel me recuerda que llaman cuculí a la canción que oí en la infancia por la noche.

¿Quién no conoció, como yo en aquellas madrugadas, terribles horas de parálisis? ¿Quién, entre sábanas, una noche no confió en las terribles capacidades de lo oscuro, en la posibilidad de una noche permanente, en aquello alternativamente endemoniado o sagrado?

Hoy un cartel me enseña que no eran sirenas, ni cánticos lumbares de una bestia, ni mugidos de un sucio hambre mitológico; que no era esa soledad hermosa, fría, nocturna, fabulada.

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