miércoles, 16 de julio de 2008

A estas alturas del mundo

1

A estas alturas del mundo ya han acabado todos de almorzar, porque es de noche –no como en Noruega o la era medieval– y sin duda hay cosas menos por hacer. Tener hijos dejó de ser innovador y ni poniendo esa cara dulce de retruécano pasas tú de creador original.

Acá solo puedes caminar entre esquinas tomadas de noches o ritmos, y jirones retóricos: parlantes proféticos donde habita más un nombre o sus hilos –han sido tantas las veces– que algún personaje huraño que te asombre. Una tierra sin rues ni shires sin arcos o zaguanes (ignoro el meollo de esas orgías). Pero con recuerdos de tapadas y una cárcel en las olas. Lima está, el 16 de julio del 2008, tan o más llena de figuras potenciales que el estío.

2

A estas alturas del mundo no existe la biblioteca que pueda ser fácilmente leída, ni aún la biblioteca de Babel. La noche es tan rápida que nadie logra levantarse a tiempo en la mañana y después cuando lo logras hay genocidios mientras prendes la ducha.

Oh, a estas alturas del mundo charlé del meta-cine. Los heladeros me timan cada vez que pueden. La leche se vence un día incuestionable. Me resbalo en charcos de agua que ni empezaron de la lluvia. Me río y acaso me resbalo nuevamente.

El hablar se ha vuelto una maña de artesanos– lentamente pueden resbalarse alusiones hacia cualquier conversación. Se busca el silencio un llano o el desierto, un buen trozo de planeta desolado, luego se aviva el pedal, revuélvese el torno: “Pídele a él consejos de mujeres, que no está tan muerto como piensas y en mi opinión sus canciones son vigentes. Además me confirman: su ciudad es hermosa, con universidades, parques y la posibilidad tangible de hundirse si el calentamiento global es de verdad.”

Mas suelo confundirme: algunos hombres se me difuminan en el cráneo, son raudos átomos de una lenta materia. Son chispas endebles de óleo en aguarrás y se derraman en medio de una lluvia de lo más psicodinámica. Y entonces si rondo mis asambleas preferidas de termitas o de hormigas todo se vuelve un genocidio inmemorial.

Y vuelvo a confundirme: los viernes veo a cualquier hombre en otro libro: “O, Reader! My Reader!”. De repente empiezo a creer que soy idiota. No glorifiques el pesimismo me han dicho, por más digno que parezca: hazte cantante social o al menos deja de ser tan egoísta.

Y “Tu loco amor por los signos carece de mundo tangible”. Pero es mi testimonio: estas calles están todas vestidas de carteles y no es sólo culpa de los candidatos al congreso. Últimamente mis gustos estéticos se descarrilan por ídolos más ajenos que una vaca. Cuando no me he bañado elijo la playa enorme y salobre, el hueco húmedo que hiede a conchas crudas y marucha, o el lobo chusco y negro agonizante. El sur desértico: la arista vaga de mar con arenal que está muy lejos. Un pueblo inmenso y profundo donde te roban si acampas en la playa y por aquí desembarcó San Martín hace cien años y luego venden tortillas de lapas en la orilla.

Si me escarbo las uñas prefiero la esquina, la vereda esculpida, “Victor y Melissa” (nos queríamos mucho), un cajón rojo de cervezas, las viejas hojas amarillas en la pista, aquel no-poder, sencillamente no-poder, el parque antiguo y rajado con olivos, la bodega el viento y las sandalias, el humo el qué verano y la inca cola.

3

A estas alturas del mundo no hay pelos que me traben, soy libre una Gillette con secundaria, pero hay mucho menos por hacer. Mi casa está completamente construida. Mi educación muy bien encaminada. Vivo en un barrio con nombre agua y pronto gas por Camisea. Pero me he cansado un poco de los gatos el tiempo las sogas la política y quehaceres.

Los viernes (no one knows) subo a mi terraza, un templo empolvado pero envuelto por tejados. Da como un embudo al mar esta ciudad. Habrán sido ingenieros nuestros anteriores, pero por alguien no se nos ha ido todo al agua (un prócer de bronce flotando en la Herradura, palomas cagándole con maniobras kamikaze, una mancha de tamarindo mezclada suavemente con la espuma y muchas gaviotas felices, todas las papeletas de tránsito hechas origami, variaciones apropiadas: grulla, pez, gaviota, los cerros alfombrados con casas son islas italianas, y entonces qué cara la de Humboldt.)

4

A estas alturas de la tierra comencé a caminar ilusionado, lo confieso. Y dije muchas mentiras. Y no tuve éxito– que es lo más triste. Terminé muy al sur un día medio ebrio empapado en dialectos medio métricos. La pinta decía: “Morirse de miedo es sólo una excusa para hacerse el marica”, y con todo y cliché, me sentí culpable.

Por eso más que nada ando y repito mis persecuciones, espero hacerme bombero de agua salada, repaso antologías y me afano ante libreros antiguos o espacios que ensayan ser esculturas o niñas que se logran redondas como las olas.

Acaso termino diciendo todo lo que debería callar.

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