domingo, 28 de septiembre de 2008

Ojos descollando sobre el inodoro

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Sucede que un viento cínico nos alcanza de golpe y colma nuestras fosas con aromas delirantes y canciones, quizás con el perfume de aquel lugar que hemos perdido o de otro que soñamos fervorosamente. Sucede que esta exuberante noticia acciona un ser estrepitoso que asciende por la garganta con la misma repulsión que un mortal trepa una escalera de bomberos. Es dado entonces que alguno pase aquella tarde alimentando vómito a las lisas, que en un pequeño muelle forme yo trinchera algunas horas, y que el chapuzón eventual de aquella ola más gorda me alcance, se sacuda y me recuerde satisfecho.

Aquel tiempo pasado en que intuyeron que solamente ahogado podría el hombre difundirse está muy lejos, pero yo todavía lo recuerdo como un estertor que habita, por ejemplo, próximo a la máquina de refrescos.

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