lunes, 6 de octubre de 2008

Iconoplastia



Primero tan cerca, de madrugada insólita, en un gabinete de la refrigeradora: el queso duraba más. Luego poco a poco descubrir, en símbolos o fábulas propias, que esto no era salvo la concreción de otra cadencia que iba tomando cuerpo. La forma cambiada hasta lo cotidiano, con vibraciones y tenues rupturas. El agua que duraba más. El desodorante que no se acababa.



Después en mí, íntimamente, en cualquier sentido: un olor de labios, de humo, de pelos. Esta araña pequeña, con cándido pelo en tro me ti do, con piernas para descansar las manos. Un cuerpo y todo más que un cuerpo, y además humano, un ser y
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ente, y capaz de preguntar por su aliento. Entonces en mí otra postura, otro sueño; nuevas servilletas, convergentes papelitos, ultramaraña elaborada. Una mañana distintas ideas, nuevas ocupaciones. Una tarde el distinto modo de andar, nuevo ritmo: dispersos y urbanos detenimientos -entretenimientos. Un parque y un sosiego dulce.


Finalmente ayer, de madrugada por la calle, la certeza final de lo extraño, de rincones descubiertos: frente a mí una bandera, pero transformada. Manejando tan rápido como era insensatamente posible, frenético y dócil, me sorprendo. Ha cambiado, el cartel de Jaamsa ha cambiado.


Nuevos tiempos, otra noche, imprescindibles bigotes.

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