jueves, 2 de abril de 2009

Mi sexo/cloaca

Cada noche me desnudo. Esta no es distinta a cualquier noche. Salvo porque la gripe me ha endurecido, salvo porque cuando toso tengo un dolor sordo en los riñones, esta es una noche cualquiera. En general, ninguna noche en nuestro tiempo epistolar es distinta a cualquier noche. Esta casa, este cuarto cúbico donde he descubierto las maravillas que la disposición puede traer, trazando líneas entre afiches comprados por mi mamá en museos europeos, luz manipulada y mucha pintura azul, persiste a través de las estaciones y mis 23 años. La cinta scotch, el tape, mucho papel y muchas palabras escandidas pueden haber hecho más por mí que nada y nadie antes.

He llegado de la calle y me desnudo empezando por el torso. El neumólogo, que me prohibió vanamente el alcohol hace tres años, dijo al ver la radiografía de mi tórax que yo tengo aquello opuesto a lo que se llama pecho de paloma, que mi pecho está hundido, que mi esternón curvado hacia dentro. Dijo que yo debía hacer deporte y yo no lo hice y dijo que jamás tomara alcohol, que podría joderme por siempre. Yo sostengo una cerveza helada y para mí eso no significa nada. Bebo y no significa nada salvo frío contento. En todo caso, si algo es, este pecho cóncavo es la concreción material de una alegre incapacidad que tengo para sentir orgullo. Y si eso es, jamás quiero perderlo.

Según algunos contenemos mensajes en nuestra apariencia (en nuestra pose, nuestros gestos, nuestras medias). Creo firmemente que soy alguien y que lo proyecto y ahora, viendo mi torso desnudo, soy alguien que no comprendo. Entonces me quito el pantalón, buscando algo más, y observo mi cuerpo depilado. Ya me he acostumbrado al pubis desnudo que me procuré otra madrugada con la tijera artesco que no salía del cajón desde 1998. Ya miro mi pene y pienso aquello del mismo mono milenario que se refleja en el espejo y llora.

Tengo una magnífica erección y recuerdo aquella conversación con C y mis amigos: aquella prueba. Sorprendido, la introduzco suavemente, toda por el medio de un rollo de papel higiénico que guardo en la mesa de noche. Efectivamente, no baila. Cabe justa. ¿Debo sonreír ante esta, la gracia más exquisita de mi anatomía?

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