domingo, 19 de abril de 2009

Retroalimentación positiva



Camino una o dos horas cada día. Quiero mucho a mi mamá. Camino una, dos horas. En ocasiones la trato con sanguinario desamor.











Camino hasta el trabajo, vuelvo del trabajo. Camino también en círculos, un Domingo como este. Trazo un circuito tentativo, quiero alcanzar algún hito y probablemente no lo alcanzo. Vuelvo a casa. Pienso.

Bertrand Russell recordó, al principio de In praise of idleness, que nos han enseñado a siempre estar ocupados. Como todo buen ocioso, devoré este texto a penas lo encontré. Pues no es pecado exclusivo de los creyentes ansiar lo que apuntala sus vicios. Todos buscamos enriquecernos de lo que nos impulsa, sea a la sonrisa, la lluvia, el azul, el contento y el verano, o al agua del water una mañana congelada. Russell arranca el texto recordando que nos han enseñado que existe cierta virtud en el trabajo y cierta malignidad en el ocio. Y mientras caminaba hoy por el Paseo Roosevelt –el lindo Paseo Roosevelt- recordé a Russell con algo semejante al cariño y seguí así, sin remordimientos ni alegrías, mi fresco zigzagueo.

Dedico ese par de horas de caminata, cada día, a nada salvo pensar libremente. Frecuentemente me pierdo, no concibo cómo llegué a cierta idea tajante o radical que si bien me parece genial no sabría de qué manera justificar, y trato de retroceder, recordando todos los ambientes que he recorrido y todo lo otro que pudo influenciarme, buscando ese motivo, la noción primaria de la construcción aparecida en mí, muy a la manera de Dupin en Los Asesinatos de la Calle Morgue.

Supongo que la creencia de que el ocio es maligno surge justamente de esto: del hecho que en él es muy fácil caer en la tentación de la reflexión. Cuando pensamos realmente, no siempre arribamos a buen puerto. Comúnmente el muelle es extraño y desolado y sórdido, los marineros son seres pálidos y oscuros que nos poseerían felices; en ocasiones, como devueltos por una regurgitación enológica, los océanos están rojos y el barco gira en espirales infinitas, sin tierra a la vista; en los casos más raros nos recibe, con un Bloody Mary de conchas de abanico en la mano, el recuerdo bueno de una increíble o pequeña mujer.

He creído que muchos jamás descubren esto, porque muchos jamás piensan sin límites. Creen que sólo debemos buscar aquello que no nos trae problemas. La mayor parte de nosotros, además de interesarse por estar ocupados lo más posible y luego pensar lo menos posible, cuando sí piensa, lo hace limitándose, cortando las emociones, restringiendo la imaginación para neutralizar aquellas pulsiones que los conducirían fuera de la senda central, el camino claro y virtuoso.

Yo, en cambio, creo en alimentar las pulsiones que me acometen, en seguirlas donde me lleven, hasta todos los rincones de mí. Y así sucede que llego una tarde, un domingo por la noche a mi casa después de una caminata y aunque me veo como siempre he viajado a cualquier parte. Puedo amar o detestar, indistintamente, a toda la raza humana.

Pocas veces busco encantar a alguien.





1 comentario:

Unknown dijo...

1. asociación libre?
2. te has dado cuenta de que tus etiquetas tp tienen mucho que ver con lo que escribes? o tal vez sí, pero en tu cabeza, como las mías.
3. no me doy cuenta de las teclas debajo de mis dedos, y a veces me confundo. no en esta línea ahora sí en esta línea.