Yo entré por la puerta y caminé ocho pasos indecisos. Unas viejas sahumaban el recinto.
Unos minutos me detuve, observando. Bajo las flores, entre la luz, la noche se había establecido densa y perfumada. En un rincón, un perro lucía dormido para siempre.
La multitud de personajes se atestaba de aguardiente. Di entre los borrachos mis saludos y la necesaria condolencia. Algunos hombres lloraban con las copas en la mano y otros reían sin ellas. Las mujeres se apiadaban de si mismas. Él había sido sólo un niño.
Finalmente, después de algún tiempo vacilar me acerqué a ver la ceremonia: sobre un altar las ropas permanecían iluminadas y vacías.
A Pedro lo habían enterrado más temprano entre los eucaliptos.
domingo, 18 de mayo de 2008
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