lunes, 15 de diciembre de 2008

Apagón














Se fue la luz. La media noche..., te miré, y me había convertido en un animal demasiado tuyo, descansado bajo el sol de agosto. No distinguí todavía en tu regazo estos mágicos rigores. Y quizás sólo por eso me sentí a gusto. Si tú fueras menos científica, más esotérica, si no hubiera menos razón que miseria en esta tierra, yo tendría que matarte te dije. Entonces empezamos a caminar deambulando como dos comerciantes por toda la tierra, sólo que la tierra era San Isidro o La Molina y tus piernas el más dulce alicate y mis besos la certeza de una sensación de vergüenza. Y no tuve que andar demasiado por toda la tierra para descubrir que no existía diferencia entre un alicate y un gran amor. La miseria me escribiste después, está en la certeza del tiempo, pero ciertamente se acumula en tus labios. Y quizás por todo esto o mucho más aquella primera vez mientras limpiabas la sombra y mi saliva de tus párpados, esa mañana en el departamento de Javier, yo te contemplé 10 minutos frente al espejo. Exhalando, atónito.



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