jueves, 25 de diciembre de 2008

Tele-ternura











Nunca había comprado 6 rosas rojas para una mujer. Tampoco 12. Tampoco una. Y sin realmente entender cómo, me encontré la tarde de ayer en uno de los tantos locales de la florería más conocida de Lima con un papel lleno de indicaciones complicadísimas y mi tarjeta de débito lista para el castigo.


¿Cómo dice el mensaje, señor? La señorita que atiende me mira inquisitiva. Le había indicado, luego de estudiar en vano unos minutos el terrible catálogo vigente, que quería una caja de 6 rosas y una de chocolates mediana. Ella escrutaba mis labios y seguramente dudaba de esta cara de escaso amor, o de mi sonrisa cordial. Yo leí del papel que me habían encomendado, completamente avergonzado. Me temblaba la voz: Fe… liz navi-dad… a-mor!... Te… amo!

Detrás de mí, el más hermosa par de chicas observaba y esperaba su turno, algo confundidas por mi torpeza y la escena. En ese instante volteé y las miré. No tenían más de 20 años. Lo supe por sus ojos y por sus piernas y por una dulzura que las mujeres tangiblemente pierden en un momento indeterminable y que ellas aún lograban, fabulosamente, contener.

Me quedé callado unos segundos y ellas también. Me miraban sorprendidas: mi pantalón roto y mi polo roto, mi pelo sucio y mi pose desprovista de garbo. Estoy enviando una caja de 6 rosas y una de chocolates mediana les expliqué, pero nada de esto es mío, yo no tercerizo la ternura agregué.

Entonces todos nos reímos de mí.






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