domingo, 28 de diciembre de 2008

L’invitation au voyage













Entré por la puerta de vidrio templado y ordené un twister, un toasted twister, Desire, me senté y por una hora o más no pude salvo pensar en el sexo y la muerte y las drogas y el sueño y los sueños. Los sueños que me agobian cuando finalmente sucumbo al sueño o el alcohol u otra droga sensual, y la muerte y el sexo me alcanzan, confundidos. Cosa que, elijo esclarecer, no sucede muy a menudo porque la mayoría de las veces sobre el sueño prefiero el café y la prudencia: la sociedad, la belleza, el amor, la elegancia y el ritmo, y entonces nada más ocurre.




Son tiempos difíciles. Uno nunca sabe lo que hace cuando lo empieza a pensar, cuando camina y lo piensa, cuando los calendarios son agregados de significado y los alimentos de profundidades oníricas o sentimentales y los ojos de ansias de fechorías. Y así, mientras comía el twister, despacio y ceremonioso, como quien prepara su corazón y sus piernas para una batalla fatal, pensé en todo esto como quien observa lánguidamente un asesinato perfecto o una bandada de pájaros yendo de sur a norte, sobre la playa al fin del verano, y recordé que ante todo lo demás está la construcción de una historia, la más colosal y alegre de todas.





Frente de mí se sentaba una chica mayor, de pelo muy corto y oscuro. Cruzaba las piernas y estaba visiblemente fuera de sí, acaso borracha. Olía como a jardín embriagado, como a madreselva rebelde. Su fragancia pujaba hasta mí desde su mesa, 3 o 4 metros más allá. Eramos los últimos en el local. Enajenado, di un brinco y salí corriendo del lugar.




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