sábado, 25 de octubre de 2008

Concejos o aparejos



Si lo que alegremente considero en este instante mi vida y todas las otras vidas –propias o extrañas– son historias, son un argumento, una serie circunstancial de episodios y elementos a penas concatenados y escasamente coherentes, así es como me gusta entenderlo todo. Y si uno existe a manera de copias en todos tales episodios y nunca el mismo pero forzado, por la coherencia que exige el alma (eso que llaman la búsqueda de sentido), a definir elementos comunes, es eso lo que creo haber meditado hoy.




Mi profesora de psicología general nos contó la historia de una mujer que se había enamorado por primera vez a través de la televisión, entonces en abril de 1990, viendo un mitin del Fredemo. Hoy escuché a un amigo que se autodefine como cristiano y que defiende contra todo, ante todo y a pesar de todo, la promesa bíblica de que un hombre que tiene a dios en el corazón jamás extrañará un plato de comida. Y estoy pensando que son ejemplos expresamente absurdos pero no menos absurdos que los que pasan felizmente desapercibidos, aquellos a los que la mayoría nos aferramos.



Mas allá del amor, y si mi delusión no es sino la idea de la trascendencia misma, la unión, la posibilidad en si misma de que la historia sea una desde sus múltiples copias –una sola–, creo haber entrado en el bello plano ilusorio de las estructuras y la más grande locura.

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