lunes, 13 de octubre de 2008

Decoración

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Me fui quedando poco a poco sin nada. Primero sin dignidad, más tarde sin esperanza. Y fue delicioso. Paralelamente crecía un humor en mí cuando moría mi alma. Era un hombre tranquilo. Viví tres años y al cabo de ellos me sentí el mismo. No había pasado más que tres años. No era un logro y eso estaba bien.



En ocasiones hallaba mis bolsillos vacíos y en otras mis medias eran perfectas. Eventualmente pensaba en una muerte bella, mucho más que en una mujer bella, o tan bella como ella. Mis zapatos se gastaban rápido; reconocía, como un esquimal azuzado, los múltiples tonos del asfalto. Era contento.



En una tarde podía lanzar múltiples mentiras, pero una serie creciente de 20 o 30 noches cambiaron todo. Y cuando todo llegó, yo estaba brillante y educado.

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