domingo, 11 de enero de 2009

Con Satanás por 28 de julio y si miro de reojo a un policía de tránsito





Cuando son las 8 y 35 am y conduces por Lima, lejos de la playa y de todas esas memorias de turbios océanos y orines, no hay escapatoria posible. Tienes la arena en los ojos y el hedor de un lobo muerto te persigue y junto a él la imagen de la playa anochecida y las luces de las casas que te alumbran los pies aparecen para dibujar sombras en tus canillas mientras tiras tu cabeza hacia atrás y empiezas a mear en la orilla al momento que el agua alcanza tus dedos congelados y solitarios. Entonces la ciudad se te hace sosa y puedes distraerte un momento, tímidamente ensoñado, y un poco casi chocar contra un tremendo bus color fucsia.











Cuando han pasado tan sólo 2 minutos más y son las 8 y 37 am y te detienes en un semáforo claro, el hotel Radisson a tu derecha, y somnoliento tras una noche con sexo errado, no temes a la policía. Porque tú no eres feliz con permiso de la policía. Tú flotas como un post-it lanzado desde la ventana de un rascacielos al viento patético del verano. Y en esa figura se contiene todo, la trasgresión alrededor de la cual planeas edificarte: en ella se concreta el final del tiempo del diente de león y el principio de nuestros días.




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