jueves, 15 de enero de 2009

Corazón delator

Nunca voy hacia ningún lugar aparentando demasiada convicción. Viajo como alelado por algún papelito que en ese momento vuele por el aire describiendo una parábola mecánica y que sigo con la mirada mientras dibuja algo que debo imaginar no es otra cosa más que un arcoiris hasta caer en el tacho de basura: el recipiente de todos los tesoros modernos.

Entonces comencemos esto diciendo o sugiriendo que no estaba caminando hacia algún lugar sino que me dirigía más precisamente a cualquier parte cuando de pronto me sucedió algo: una punzada nada metafórica y ciertamente aguda me dobla el pecho del lado izquierdo y así me tropiezo ligeramente, trastabillo sobre la alfombra gris. Mi pierna derecha se dobla o tuerce, debilitada, y yo me sostengo disimuladamente de un escritorio.

He detectado en este instante una fragancia, una fragancia que huele como a este dolor y que lo alimenta. Retroalimentación positiva le dicen: la maquina explosiva. Un seductor aroma oriental-frutal con sofisticados toques de ylang, ámbar y uva riesling, exclusivo ingrediente del vino blanco más fino de Europa dice la nota que reviso varias horas después en el catálogo de temporada. Es una fragancia aguda como un dolor agudo y diseñada por algún francés maldito (donde no pretendo sugerir que otro francés más que este esté maldito, aunque probablemente haya más y al menos se me ocurre uno y eso no me concierne).

Voy caminando por el pasillo de la oficina y cuando me tropiezo, Amalia me pregunta ¿qué te pasa?. Y Amalia no sabe nada de esta fragancia que he presentido ni del dolor agudo del lado izquierdo de mi pecho ni de mis otros dolores satelitales ni tampoco sabe de ese maldito francés que he decidido odiar, entonces le digo nada nada, me tropecé.

No hay comentarios: