sábado, 24 de enero de 2009

El pánico escénico






Porque voy solo, puedo ir muchísimo más rápido. Rápido hasta que es un poco estúpido. Es la carretera al sur y como no he traído a nadie puedo acelerar en esas curvas, cuando no se debe acelerar, y pasar al camión gigantesco del que saltan piedritas pequeñas contra el parabrisas y disfrutar esa sensación de vacío que trae mientras se le tiene al lado derecho y luego el contundente golpe del viento cuando lo rebasas: el súbito descontrol del timón que se tuerce en este automóvil hecho para otra velocidad mucho más tímida, velocidad que si bien esta ligada a una certeza de contento y aplomo no guarda relación alguna con el zumbido necio, grave e intrépido del disco que he elegido escuchar esta tarde y según el cual planeo guiar el ritmo de mis acciones los próximos 72 o 73 minutos que continúe sonando. Y lo hago bien (pienso), y lo hago muy bien.

Satanás, fiel compañero: enciendo sus luces altas cuando empieza a oscurecer y cruzo esa porción de la carretera que pasa por Chilca y que nunca parezco entender cuándo terminará. No tengo alergias que me detengan ni responsabilidades que me contengan ni encargos ni amores ni luchas pendientes y quizás incluso ni memorias oscuras, ni siquiera lúgubres y tiernas perversiones cuando ya es de noche, cuando ya empieza a emanar la tenebrosidad por la tobera del aire acondicionado (un poco tibia: pobre insuficiente tenebrosidad de las noches de verano en nuestro desierto ecuatorial sin estrellas y sin esa propiedad lunar de las verdaderas tierras baldías) y alcanzo el peaje.

Mientras saludo al hombre de la caseta, lo veo torcerse todo. Escucho su voz y todo él y yo nos torcemos como volviéndonos parte de una antigua fantasmagoría azulada, pero burocrática, vigente e inofensiva. La otra noche (pienso) tuvimos que elegir un cuarto. Yo, apurado, elegí uno sin camas. Así que utilizamos el sofá. Me he enfermado de una manera grosera y pública. Dos días en cama. Tengo las sienes hinchadas y me arde el estómago. Esta gripe de mierda (pienso), y a pesar de todo lo hago bien: paso volando entre los autos, como quien escapa, y no dudo de mis movimientos.







La discusión de fondo (pienso) es si en esa foto yo sería el policía o el del paraguas. Y lo que quisiera es hilar eso a la timidez insospechable que ha sabido mostrar mi pene en sus últimos momentos de gloria. Pero de repente esto no importa , de repente no por un momento. De pronto subo el volúmen y el disco continúa y salgo riendo del peaje mientras sigo solo con Satanás por esa carretera más bien corta, que pronto se convertirá en camino, y por años y años como un roca viajando por una región humana, poblada de candorosos niños, pero fría e inclemente, sin detenerme, o quizás sólo por breves minutos que parecen años, deformados hacia tonos más oscuros y bellos por esa propiedad que tiene algunos pensamientos de modificar el transcurso del tiempo llevando al hombre a hechos fatales y dolorosos y determinantes y por eso mismo, con ironía, perfectamente memorizados.





Ahora (pienso) no tengo que pensar en nada más que en esquivar esta Forester verde que ha puesto sus luces de emergencia demasiado tarde y se acerca vertiginosamente, seca contra mí como una pared de granito para despertarme.







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