jueves, 22 de enero de 2009

Ok, el asunto detrás de los lentes Ray-ban

Iba por una calle poco trascendente un día ciertamente olvidable de noviembre. Así son estas calles de las once de la mañana por la ciudad: silenciosas bajo la resolana y aburridas entre estos edificios altísimos y monótonos, como concreciones de una virilidad estándar y despreciable, que parecen mojones rectangulares brillantes, y bullendo de mensajeros taciturnos y jóvenes desubicados que las surcan indecisos en calzoncillos y corbatas y camisas y sacos y que tienen las cosas, en un sentido muy general, poco claras.

Me explicaron alguna vez es que tú eres un tímido superado. Hablas claro y miras a los ojos, pero no has perdido todas las señas. Por ejemplo, cuando caminas lo haces con las manos en los bolsillos y siempre mirando el suelo.

Lo recordé entonces e inmediatamente, al tiempo que sacaba las manos de los bolsillos del pantalón oscuro y enderezaba mi espalda a la manera de un hombre atlético, levanté la mirada y cuando lo hice, un rayo o una cantidad enorme de rayos de sol (la cantidad está sujeta a discusión) me dieron directamente en los ojos. Cegado, fue entonces que decidí mantener a toda costa el nuevo ángulo de la mirada. Pensé sorprendido en la sutileza del cambio y más tarde, levemente agobiado, en todas sus implicancias.

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