Estaba pensando la madrugada de ayer en extroversión y timidez. En ambos cosas alrededor de muchas otras. En sus combinaciones y posibilidades y la deliciosa forma en que interactúan. En cómo existen en las personas que miro, admiro..., en mí. Sobre cómo parecen no ser polos opuestos, se confunden y luego no son mutuamente excluyentes.
Habla ella. Hablo yo. De todo: de todo lo que ansío (que es casi todo) y de todo lo que extraño (que es tan poco y singular y terriblemente inasible).
Le digo la personalidad es como una marea intangible. Como un abrumador pullover deshilvanado. No... Como un hermoso pullover (de repente tejido por mi nonna) enterito, pero de algún modo disociado. Visualmente perfecto, pero jodido. De colores como la bandera gay. Incapaz de protegernos del frío. Y nos empecinamos en argüir que es un hermoso pullover... De cashmere, nos afanamos.
Me cuenta todo. Le cuento todo pero sin mirar a los ojos.
Hay noches en que me abruma una soledad vaga, sosa e interminable.
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