martes, 24 de febrero de 2009

El baño de mujeres

Oigo a penas lo que murmuran. Pegado a la pared, muy cerca, como asido a la luna de un rascacielos y con ese precioso terror, soy Spiderman yendo a rescatar a Kirsten Dunst de un malvado galán (porque cualquier MJ no puede ser: me cago en cualquier otra), ese que podría follársela primero y enamorarla por siempre. De tal modo casi distingo sus frases. ¿Hablan de mí? ¿De qué hablan? ¡Ay, secreta logia, imposible y perversa! Que me destruye -que nos deconstruye-, que trama y actúa. Secreta logia de hembras que controla el universo y que debemos hundir a toda costa, y que me matará, ciertamente, y que ya no oigo mascullar a través de la delgada pared que divide los baños…

El otro día hablábamos. Y yo la vi y ella me vio y hablábamos. Sólo que no hablábamos. No hablamos. Y yo la vi y ella me vio y todo esto se trata, francamente, no de hablar sino de caminar o andar o bailar o reír o tocarse y nada más. Entonces está bien. Nada más que de esta calle y de historias y bueno, un poco de la música que se oiga detrás.




Me pego –me apego- y oigo sus coloquios, sus maquinaciones y sus secretos. A veces estoy confundido y no puedo despegarme de esta pared. Estoy pegado contra la pared como un caracol, y trepo hasta un lugar sideral donde hablan de mí y de ti, nos juzgan y nos aman. Trepo por una pared, hacia arriba, hacia otro lugar muy alto, pero de pronto me deslizo. Y caigo en el mismo punto. Y no es un llano sino risa y no logro levantarme y no puedo oírlas más. ¿Hablan de mí? ¿De qué hablan?...

Y cuando la vi supe que ella sabía que yo lo sabía. Y pensé que podía ser benévola conmigo. Y cuando me vio, muy cerca, no dijo nada y yo no supe que decir y no dijimos nada. Esto, en si mismo, no era raro: era raro que a pesar de no tener nada que decir simplemente no me disgustara. Porque no todos tenemos la mirada pájara y no todos somos el mismo más de un número de horas. Entonces deduje que nos habíamos visto de verdad (lo que es decir muchísimo).

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