martes, 10 de febrero de 2009

Sueños al óleo de cacto (la especialidad del chef)

La refrigeradora me dijo Chato, tú no eres cantante. Después vino lo de los insectos. O al mismo tiempo. Es lo mismo. Yo era un escritor fracasado de 30 años, jamás publicado, un pujante imbécil a punto de escribir una novela policial sobre un asesino -que era yo mismo- y su hermosa colección de jazmines, una policier en quatre livres que empezara en este cuarto -este cubo- y que se extendiera 10 años en una búsqueda lógica y apasionante y llena de desesperanza hasta otro cubo en un país muy lejano. Conversaciones, insectos gigantes o psicodélicos, sexo con una anciana, persecuciones internacionales, un policía italiano y una mujer alemana: episodios que se hilarían como mis sueños en une roman noir, une polar en quatre livres.

La refrigeradora me dijo Chato, tú no eres tan chato y en ese preciso instante yo me miré de arriba hasta abajo, como quien tiende una huincha imaginaria con los párpados y se raspa inevitablemente la córnea. Y después fue lo de Fernanda.... Sí, después. Que recuperara la cordura, la visión, que llegara al centro del meollo del hoyo de este cuerpo de fruta me dije: el doctor, los labios y el azzure. L'azzure y San remo me dijo, allí fue que nos reconocimos. ¿This summer at the Archduke's? Quizás no. Ya no estoy segura ni si quiera de eso.

Fernanda me dijo Chato, no lo hagas. Y entonces vino lo de los insectos. Yo me había recuperado pero entonces llegaron los insectos y tuve que hacerlo. Yo era ya un escritor grandioso. Aún no había publicado pero no era tampoco un escritor fracasado. Al menos no antes de los insectos y de la mujer alemana. Sí, la mujer alemana, y también la anciana. Luego el niño, el dulce niño que murió tan terriblemente, tan terriblemente por su culpa y la de nadie más. Después el policía italiano y la strada enorme y escaparnos en el vuelo de Lan disfrazados como dos turistas chilenos. Todo se jodería más tarde.

La refrigeradora me dijo aquella vez Juan, en Italia te habríamos apodado Gianni, habrías tenido muchos hijos y de pronto un avión. Yo meditaba junto al lavatorio mientras planificaba nuestra fuga: la verdad era que mi plato preferido había cambiado con los años. Si bien mi plato preferido de niño fueron los panzotti en salsa de nueces, después habían sido muchos otros; diferentes y múltiples cosas, una cada 30 o 35 segundos como una garúa cosmopolita en una ventisca renegrida, y quizás eso prefiguraba lo de los insectos y nunca lo supe (así como la multiplicación de los panes debió advertir a los profetas antiguos de todas las plagas del medioevo, pero jamás lo hizo).

La refrigeradora, viendo como me deslizaba hasta caer de cuclillas en el suelo helado y formar un feto, me dijo Chato, hablemos de amores.

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