viernes, 28 de noviembre de 2008

Acaso ya mecánicamente

He caminado desde un salón con olor a medias sudadas a través de una puerta, raudamente, hasta fuera de la universidad. O quizás he caminado despacio, así como me fui despacio del colegio. No lo sé. No he reparado en mi velocidad o en el ritmo de estos pasos -que normalmente procuro premeditar, buscando describir aquella cadencia que me trascienda- y me he ido como sin mirar atrás pero muriéndome de ganas de hacerlo y con la imagen bastante difusa de lo que estuvo detrás, con la cierta sensación de haber entendido poco y haber triunfado vanamente.

He cruzado la pista ya con demasiada confianza, con aquella diagonalidad del amante, esa que acomete por los flancos e irrumpe como un beso y soez. Es una habilidad urbana: nunca me atropellarán. Después, luego de volver mi cuerpo, mi torso para recordar el asfalto, he levantado esta mirada, he mirado estos lugares y me he dicho: estos lugares yo los conozco como si fueran personas, y para mi gusto mucho más que a la mayoría de ellas.

He pensado que podía tratar de pararme de manos. Incluso podría sentarme o desnudarme o cantar.

Y ahora estoy detenido. ¿Cuál será mi próxima pose?

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