domingo, 9 de noviembre de 2008

Audio/visual

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Son las 5 de la tarde y entro al cuarto de mi papá. Lo encuentro dormido. El televisor está encendido, el volumen a la mitad y en ningun canal. El ruido blanco lo arrulla. Camino lentamente, sin despertarlo alcanzo el baño. Me encierro, prendo la luz: aquí está el mejor espejo.




Pero pienso: si yo hago siesta, lo hago temprano en la noche y cubierto. Me escondo bajo el edredón, acurrucado como si tuviera un calambre abdominal y apago las luces. Antes, enciendo la tele. La pongo en un canal particularmente brillante y bajo todo el volumen. Mientras duermo, veo las luces proyectarse en mi pared, que azul ecran, y en mis posters, en mi escritorio, en la alfombra.




Entonces pienso: quizás esa y no otra es nuestra distancia. Un ritmo, entre sonido, luz y ensueño. No importan 34 años y tampoco nuestras actitudes. No importa que me vea en este espejo y no me reconozca semejante a él. En nada más que en eso está lo que nos diferencia.

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