viernes, 7 de noviembre de 2008

Pálpito diferenciado

El taxista me cobra 5 soles, sin regatear. He bajado del edificio y he andado –literalmente– dos cuadras hasta cruzar el zanjón para tomar el taxi del otro lado. Y paro al primer taxi y contento me cobra 5 soles. Hablamos de fútbol, no sé lo que digo, pero termino tratando de explicarle que la elección de Maradona como DT es un símbolo de por qué Argentina está… pero divago… digo “peronismo”, y ché, no me entiende. No importa. Lo he visto lo suficientemente viejo… estamos pasando por la embajada de Colombia y le cuento que mi nonno fue policía y cuidó que Haya de la Torre no se escape. Le cuento que salió en la primera plana de La Tribuna pegándole (digo sacándole su mierda) a un aprista. Y acierto: claro joven, Odría fue el mejor presidente del Perú. He logrado la impostura perfecta. Sonreímos. Somos como dos imbéciles, contentos hasta mi casa.

Si, en cambio, bajo del edificio y tomo el taxi antes de cruzar el zanjón, nada de eso pasa. Me dice 8 soles, no me subo. Dos cuadras y el zanjón de por medio. Dos cuadras de furia. Lo sé por experiencia, siempre es igual.

Eso fue ayer y hoy escribo este post en la oficina. No es hora de almuerzo. Pero no importa: he descubierto que siempre y cuando no tenga mis audífonos puestos puedo hacer lo que me da la gana. Puedo escribir este mail y demorarme 35 minutos mientras sorbo “despaciosamente” mi hierba luisa, y no importa. Mientras no tenga mis audífonos puestos, no importa. Y si los tengo puestos, mientras lo que tengo en frente sea una hoja de Excel, tampoco importa. Ahora puede sorber horas mi hierba luisa, imaginar que no es de sobre e imaginar que estoy en cualquier otra parte. Soy invisible y mi hierba luisa está perfecta. Soy un imbécil, contento hasta que decida detenerme.

¿Cuáles son nuestros umbrales? ¿Qué nos hace ver, no ver, no querer ver?

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