martes, 17 de marzo de 2009

Compro placer
















Confieso que no me siento culpable. Este tiempo -el nuestro- no es más que otra tradición. En él me desempeño, pobre, parcial y goloso. Y jamás conocí otro lugar y quise mucho hacerlo e incluso me dijeron tú naciste en otro lugar, pero yo había nacido en este. Salgo a correr, disfruto de una copa de vino, si tengo suerte beso a alguna mujer. Luego por la noche me rodean ausencias.

Digo que no me siento culpable. Imposto con elocuencia esta vida, entre pájaros con la visión perfecta y mi sangre carmín y mis labios carmín, ambos tentándolos, y otros labios burgundy -mis preferidos- y sus dueñas: mujeres pequeñas detenidas frente a mujeres más altas, ambas con el torso del mismo tamaño (las segundas con las piernas larguísimas). Compro amor: compro sonrisas. Luego por la noche me rodean ausencias.

No me siento culpable. Son fantasmas. ¡Son bárbaros desnudos! Son apariciones o tecnologías gringas: son la última moda en zapatillas. Y mientras me han mirado, esperando la duda, la fatal duda nocturna, yo he ignorado su vigilia. Ignorándolas, he construido una comedia con los ángulos de mi cara, las sombras de sus ojos y las persianas entreabiertas. He ensayado un concierto con cierta estructura y noche.

Acaso es vano el intento: siempre persiste la culpa, la culpa que cierne la dicha como la arena caliente que recorre una mano gangrenada, y con aquella misma dulzura. Entonces siempre con ella las mismas ausencias.






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