domingo, 1 de marzo de 2009

Depilación pública



Normalmente escribo enmarañado, como una madreselva y hasta buscando construir una mímica de su aroma. En cambio este pretende ser un relato llano y confesional, porque he pasado un fin de semana llano y solitario y he pensado mucho y leído más. Que no es lo común: normalmente paso horas con un libro en las manos y pienso con el libro en las manos muchísimo más de lo que leo de él. Habitualmente pienso por horas en sexo explícito, también en mujeres específicas a las que me gustaría besar con toda la ternura de la que soy capaz, de pronto decirles te quiero –que no sería una mentira- y luego ir a la cama con ellas. O al sofá. Últimamente también al sauna, si disponemos de él. Ocasionalmente a la ducha, pero no si son chatas. Con las chatas son preferibles los ámbitos que no exaltan la diferencia de estatura: por ejemplo la cama, el sofá, el sauna, etc. Con las chatas también es preferible el sexo oral.

En fin, me sentía abrumado y me siento, me sentí vacío y por eso hace unas horas rechacé hostilmente la invitación de mi madre para ir a visitar a la clínica a mi nonna, que se encuentra bastante tibia. La nonna es la hija de dos inmigrantes italianos, que con los años, la enfermedad y la desidia ha pasado de ser una mujer firme –casi un motor- a ser una nebulosa incomunicada. Me he sentido inmediatamente una mierda con mi madre por no querer visitar a quien sucesivamente es su madre y ella quiere y está bastante tibia y he querido pedirle perdón pero ya se ha ido y ahora debo cargar con eso, aunque la verdad no es tanta carga y pronto lo olvidaré. Rechacé su invitación porque me siento abrumado y vacío, como decía, y entonces realmente no quiero hablar con nadie, ni ser bueno ni cariñoso ni atento con nadie, lo que ayuda a olvidar responsabilidades. Quizás iré mañana.

Decía también que leí mucho y lo que hice específicamente fue terminar de leer For whom the bell tolls, que ya había empezado dos veces antes, durante el 2008, y que no sugiero sea un libro complicado y por eso me haya demorado en acabarlo, y en cambio sí uno muy compasivo y hondo. Es sólo que entre el trabajo, la universidad y el amor no pude concentrarme nunca durante el 2008, ni siquiera un puto minuto. No escribí ni leí, ni aprendí nada nuevo. Entonces he pasado todo el fin de semana, salvo aquellos momentos en que me escape hasta la orilla del mar, nocturno yo, a mear la orina transparente que me procuraba el vino rojo, leyendo, pensando. Y me detuve muchos minutos sobre las frases de Robert Jordan, aún lo hice cuando meaba en la orilla oscura, sobre la espuma amarillenta, y pensaba en paralelo qué apacible y fría y detenida estaría una fotografía de esta portentosa, negra, fétida isla que se yergue en medio de la noche, 700 metros mar adentro. Me impresionab la dicotomía constante de los sentimientos de Robert Jordan, el contraste entre su racionalidad gélida y su vulnerabilidad ante la bronceada, bella María.

La segunda noche, el sábado, solo por segunda vez luego de la media noche y por decisión propia, dispuse jugar. Había pensado antes en Robert Jordan y en cómo Robert Jordan había dicho que no importaba que sólo hubiera durado 3 días, que al menos él lo había tenido y la mayoría no. Pensé que yo no lo había tenido pero lo había sentido, 5 años atrás, y supe que al menos eso era mi ganancia. Así dispuse jugar, porque comprendí súbitamente que si bien en ocasiones yo me sentía vacío de algo o alguien específico, eso era pura ilusión: mi vacío era mas bien vago, amplio y por eso mismo contundente y total. Y el juego, que buscaba mi purificación, mi simplificación, mi reestructuración, lo exaltaría y eso, aunque se sintiera apabullante y triste, no lo sería para siempre. Y para jugar fui directamente a la despensa y el único juguete que encontré fue una tijera metálica.

Ahora me siento sumamente lejos, pero sé que no lo aparento. Soy como nunca un depilado hombre, lánguido, nuevo niño.







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