jueves, 12 de marzo de 2009

Chuparte la esencia



Te habría metido la lengua en la garganta, un pulpo, mi presencia que es una corriente absurda con aroma de océano y la espuma blanca que la acompaña, emulsión de todas mis escorias, habrían colmado la tuya. Pero más inteligente que un pulpo, pues sabe mantenerse quieta cuando otro pulpo la explora, tendiendo la trampa, y por un momento los dos pulpos hacen uno solo hasta que este pulpo liquida al otro, le hace un pin, lo tiende en la lona, luego pasa por encima de él y desciende por la garganta tuya, el sólido tobogán hasta tu entraña. En tu entraña encuentra una fauna demasiado triste: animales juegan con tus alegrías enormes y muchos niños hermosos cuidándolos son como ejecutivos de cuenta, y un vasto río de vino mendocino carísimo corre entre las piedras milenarias tintándolas de un álgido granate. Sobre él pasa un suntuoso puente construido con las mejores lozas españolas que soñamos. Mi pulpo le toma fotografías, mide la luz y cambia de lente, administra los parámetros. (Luego serán expuestas en algún salón por la memoria de esta guerra.) Y sin embargo este es sólo un ataque preliminar. La invasión verdadera ocurre cuando este pulpo se retira y se esconde tras los labios del general, mi comandante, corre horizontalmente al Sur en aparente retirada, descansando azarosamente en los recodos de tu cuerpo (entre tus pezones, sobre tu ombligo, como posándose) y aterriza oportunamente sobre Venus. Estimemos que para entonces Venus alcanzó la temperatura ideal del rojo vivo y que aquellas espumas marinas recorrieron tus jóvenes frondas luminosas. Estimemos también como grandioso el amor de este pulpo.




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