martes, 3 de marzo de 2009

Alejandra, Vogue, cuerpos










Estaba oyendo poco una presentación y me provocó recoger la Vogue que había sobre la mesa y ojearla. Después de todo eran mujeres bonitas en ropa bonita: supuse que podría pasar el tiempo con eso. Supuse que ojear una Vogue podría hacerme contento unos minutos. Nunca había ojeado una Vogue y la ojeé detenidamente, como de repente nunca lo vuelva a hacer, y traté de reconocer las tendencias de las que siempre hablamos aquí. Me detuve sobre todo en la ropa de estas mujeres -en su mayor parte diseñada por hombres-, en sus piernas y en sus ojos. Al rato me sentí como leyendo una Playboy, encontré que la revista era un collage de fotos de chicas lindas y artículos sobre el escritor más hip de la escena newyorkina. Creí que The devil wears Prada no era una película tan descabellada.

Estaba oyendo realmente poco, hacía calor y habían pasado demasiadas horas. En general siento que siempre han pasado demasiadas horas, constantemente, en todas las situaciones siempre han pasado demasiadas horas. El pasado siempre es inmenso y terrible, detallado, destellante, feroz, artero, es un rompecabezas con piezas agregadas de valor que lo contiene todo, todo, todo. Y no hay cómo volver a él y eso es todavía más terrible: saber que no podemos resarcir lo terrible.

Seguía oyendo poco y cuando terminé con la Vogue recogí un especial de Cosas. Parecía ser más de lo mismo pero no lo era porque cerca del medio encontré un artículo sobre Eielson y su propensión, que yo desconocía, a expresarse con telas y nudos, luces, formas y más nudos. Me gusta Eielson y quiero conocer Milán. Hay tardes cuando quiero mutar de ingeniero en John Galliano.







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